Vaya por delante mi reconocimiento de una cierta culpa por
la simpleza de miras con que recibí en su día el nombramiento del
cardenal Bergoglio como sustituto de Ratzinger. Bien es verdad que, en
caso de consolidarse los pasos que viene dando el papa Francisco, no harían
sino interrumpir toda una tradición de la jerarquía de la iglesia católica que
siempre se ha mostrado, especialmente en las últimas décadas, complaciente
con el poder, mientras mostraba la más terrible de sus caras y trataba de imponer
su férrea moral a los más humildes.
Me sorprenden no sólo los gestos, sino, especialmente, las
palabras de este papa, de este jefe de la iglesia católica que ayer mismo
defendió en Río de Janeiro la laicidad del Estado, he de suponer que consciente
de toso lo que implica. ¿Qué habrá pensado desde su cómodo sillón de
presidente de la Conferencia Episcopal Española el cardenal Rouco? Desde luego,
nada bueno, porque en un estado laico poco o nada deberían decir los obispos y
quienes están detrás y delante de ellos sobre las leyes que se dan los ciudadanos
para regular y ordenar los derechos y las obligaciones de los ciudadanos.
¿Qué dirá Rouco que, por ignorancia o por cinismo, confundió
ante los periodistas los Centros de Internamiento de Extranjeros
(CIEs) con las islas gallegas, del mandato del papa a los sacerdotes
brasileños para "buscar a dios en las favelas"? Qué distinto ese
mensaje de su orden, primero de cerrar y luego de descafeinar la parroquia
de San Carlos Borromeo, en Vallecas, caracterizada por eso, por acercarse a los
más humildes, a quienes más necesitan, no ya de eso que llaman "la palabra
de dios", sino de la ayuda y el ejemplo de iguales, sin disfraces, sin
lujos, que desde el mismo suelo que pisan y con las mismas necesidades y
problemas se han instalado junto a ellos.
No creo que al soberbio de Rouco le estén gustando los
mensajes que llegan de Río. Y, sin embargo, debe saber, si es que es más
inteligente que altivo, que son esos los únicos válidos en un momento en el que
se están desmoronando las clases medias, las mismas que fueron el germen
de las sectas que hace años tomaron el control del Vaticano, compensando -en la
ministra Mato tenemos un ejemplo- con intransigencia moral los dispendios
que se permiten en riquezas.
Ya no hay puentes entre las barriadas que acogen a los inmigrantes
y a los más desfavorecidos del resto de los españoles. Los han volado o
los están volando los ministros de este gobierno, el más descaradamente
confesional de la reciente democracia española. Entre ricos y pobres, en
España, ya sólo queda el arroyo, cada vez más ancho y más fangoso. Y si la
iglesia no quiere quedarse sola en la orilla de los ricos, con sus colegios,
con sus rosarios, con sus ritos y sus lujosas ceremonias, más le vale mandar a
sus sacerdotes a arremangarse y cruzar las negras aguas de la
crisis para ir a vivir y a compartir al otro lado del arroyo.
Me temo que Rouco y el papa Francisco sólo tienen en común
la lengua y eso, siendo mucho, es muy poco. La única iglesia válida hoy -y lo
escribe un ateo convencido- es la que se ponga del lado de los que sufren y eso, pese a
Cáritas que, en realidad tiene poco que ver con la jerarquía, no lo está
haciendo en España. En cuanto al papa Francisco, ojalá se consolide su mensaje y ojalá disfrute de una vida larga y tarde mucho en rendirse.
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