"Somos humanos, somos humanos" dicen que gritaba
en su desesperación el conductor del Alvia descarrilado a última hora del
miércoles, cuando estaba a punto de llegar a la estación de Santiago.
Lo gritaba al tiempo que repetía que tomó la curva
a ciento noventa kilómetros por hora, una curva en la que ya todos
sabemos de sobra que el tren no debería haber sobrepasado los ochenta. Lo
supimos casi de inmediato, como también supimos que, al menos en una
ocasión, había colgado en Facebook una foto del velocímetro de un tren que
conducía a doscientos kilómetros por hora. Se nos dijo también desde las
dirección de Renfe y ADIF -lo hizo Gonzalo Ferre, presidente de esta
última- que, prácticamente, la única responsabilidad del
conductor era la de controlar la velocidad y que estaba allí para eso,
porque, si no, sería un pasajero más.
Se nos dijo todo eso y, además, se filtraron las imágenes
del momento preciso en el que el tren descarrilaba, para que no quedase
ninguna duda de que el exceso de velocidad fue la causa del
descarrilamiento. No cabe duda de que se echaron todos esos
"huesos" a la prensa, para que, poco a poco fuera satisfaciendo
su empeño en encontrar la explicación para la tragedia que la sociedad estaba
necesitando. Mientras tanto, ambas empresas permitieron, con su silencio o su
ambigüedad, que se abriera un gran debate nacional, en el que todos, ingenieros
de oídas, nos enredamos en cantar la idoneidad del sistema ASFA, analógico o
digital, o ERTMS instalados en el trayecto. Y a fuer que lo consiguieron,
porque el bosque que nos pusieron delante nos impidió ver la verdadera causa
del accidente que no es otra que, pese a toda la tecnología presuntamente
desplegada en el trayecto, el accidente se produjo en el lugar más propicio
para que ocurriera, en el punto exacto en el que la línea pasa de ser de alta
velocidad a ser, simple y llanamente, convencional.
Hoy, mitigado el apasionamiento de los primeros momentos,
viendo las cosas con perspectiva, nos damos cuenta de que todo fue una gran
chapuza, porque nunca debió dejarse en manos de un sólo hombre la
responsabilidad de, en apenas cuatro kilómetros o lo que es lo mismo, poco más
de un minuto, reducir la velocidad del tren en ciento diez kilómetros por
hora. La gran chapuza nacional que llevó a que, por las prisas de colgar el AVE
en el cartel electoral correspondiente, se anudase un cordón de seda con una
vieja soga de esparto. Hoy sabemos que nada ni nadie, salvo sus propios
sentidos, podía avisar al conductor de que la velocidad con que iba a
entrar en la curva llevaba al tren directamente a la tragedia. Hoy
sabemos, nos lo cuenta el diario.es que el sistema de seguridad instalado en
el tramo "soga" de la vía era de hace medio siglo, el ASFA analógico,
y que el moderno ERTMS del tramo "seda", un sistema tan caro como el
resto de la línea no estaba en uso.
Tengo la impresión de que cuanto más hurguemos en el
asunto, más conscientes vamos a ser de que la responsabilidad de este accidente
es demasiada para echarla sobre la conciencia de un solo hombre. No puede
ser que la seguridad de un tren cargado de pasajeros dependa de que una sola
persona, dos ojos, dos oídos y un cerebro, estén al cien por cien de su
capacidad en el momento justo. Pueden darse muchas, demasiadas, circunstancias
para que eso no ocurra y, en ese caso, la tragedia vendría sola.
Todo esto por no hablar de la chapuza que fue la
descoordinación de las dos primeras horas, de la imposibilidad del acceso a las
vías que, probablemente, aumento el número de víctimas, seguro, en el
vagón incendiado y probablemente en los demás. Sé que esto que digo resultará
duro y, sobre todo, echará abajo el bonito cuento que nos hemos estado contando
a lo largo de estos días. La realidad es así e, insisto, es demasiada
tragedia para un solo hombre que bastante tiene con llevarla sobre su
conciencia el resto de su vida. Somos humanos y, porque lo somos, no deberíamos
fiar la suerte de tanta gente a que un solo hombre esté, en todo momento, al
cien por cien de su capacidad.
El juicio mediático ya está hecho. Tenemos un culpable, el
maquinista, que parece que, en su fuero interno, ha asumido ya su culpa. Ahora
nos queda la tarea de encontrar, también en los despachos, a los demás.
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1 comentario:
Las balizas de ese tramo, son acordes a un tramo de velocidad de 80 km hora. Sería inviable por su alto coste instalar balizas de alta seguridad en todo el trazado, en todos los tramos y, por otro lado, razonablemente innecesario.
Esto me recuerda aquella campaña de la cual se mofaba Aznar estrenando una carta de vinos o vete tú a saber que era, del eslogan “no podemos conducir por ti”.
Nadie puede conducir por el maquinista que está para momentos puntuales, como en esa curva. Ni el sistema ASFA, ni el ERTMS pueden conducir por el maquinista.
Si es demasiada responsabilidad estar pendiente de la velocidad de un tren, pasemos directamente a trabajar en sofisticados sistemas de ordenador que conduzcan sin la necesidad de una persona física a bordo. El coste será importante pero la responsabilidad caerá en una máquina no humana.
Un abrazo, Javier.
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