Definitivamente, los españoles no tenemos arreglo. Parece
como si una maldición nos impidiese manejar más de un tema al mismo
tiempo. Tanto tiempo y dinero invertidos en dotarnos de eso que llamamos
pluralidad en el espectro radioeléctrico para que, al final, el protagonista
sea uno cada vez y, el mensaje, prácticamente único.
De un año a esta parte, los españoles hemos sido
expertos en prima de riesgo, sufridores de recortes, detractores del
ministro Wert, seguidores o detractores de Mourinho y, ahora, especialistas en
sobres, cuentas suizas y otras corruptelas del universo Bárcenas. Tanto, que
asombra ver la corrupción con que en los telediarios de medio mundo se
pronuncian ya el nombre y apellido del ex tesorero del PP hoy residente en la
prisión de Soto del Real.
Hablamos de una u otra cosa, opinamos de éste o aquel
asunto, pero lo hacemos aisladamente, no somos capaces de hacerlo en
profundidad ni mucho menso somos capaces de establecer la conexión que existe
entre uno y otro nombre, entre uno y otro asunto. Si lo hiciésemos, caeríamos
en la cuenta de que el único asunto, el que unas veces se llama Bárcenas, otras
Wert o Lasquetty, el que permite que aparezcan personajes como Mourinho o que
se tomen decisiones que perjudican a la mayoría, ese único asunto es la
corrupción que nace del poder absoluto o lleva a él.
Los españoles hemos sido demasiado tolerantes cuando no
complacientes con la corrupción. Tanto que uno podría pensar que, como la
quinta provincia gallega de "La Saga fuga de JB", la gran novela de
Torrente Ballester, somos incapaces de verla, porque, cuando pensamos en ella,
levita en el aire y desaparece. Pero existe. Está ahí para el que quiera verla.
Está en el que se lleva a casa los folios o los bolígrafos de la oficina, en el
que prefiere que le hagan las facturas sin IVA, el que, pudiendo pagarlo, se
cuela en el metro, en el que se calla si le dan de más en el cambio d una
compra o en el que practica el "simpa" en los bares, por uro placer,
sin darse cuenta de que, al final, una y otra cosa traen consecuencias para
todos.
Somos un poco, como Bárcenas, instrumentos necesarios e
idóneos para la corrupción. Practicamos a la medida de nuestro alcance lo que,
luego, otros generalizaran con la eficacia y perfección de un proceso
industrial. Nos creemos muy listos y, sin darnos cuenta, estamos justificando
que nos la den "con queso" una y otra vez, que hagan de la capa de
nuestros impuestos su sayo de financiación ilegal o enriquecimiento delictivo.
Pero aquí nunca ha pasado nada. Siempre ha tronado, pero
nunca, o pocas veces, nos hemos acordado de Santa Bárbara, Cuando queda al
descubierto el hueso podrido de la corrupción, hablamos, hablan de endurecer
las leyes, de perseguir al que da y al que recibe, pero sólo mientras los que
reciben son otros, porque ganar elecciones es muy caro, engatusar e influir a
la prensa, con una copa, en las sobremesas de suculentos banquetes,
también. Y, como dijo en su día Rajoy, no se puede gastar lo que nos e tiene y,
para tener hay que sacar... y, para sacar, vendar algunos ojos, tapar algunas
bocas, intoxicar en muchas orejas y conducir, como se hace con los niños al
enseñarles a escribir, la mano de los creadores de opinión.
Bárcenas es hoy la estrella. Bárcenas se escribe y se
pronuncia en las televisiones, radios y periódicos de medio mundo, junto a la
palabra España. Corremos el peligro de que se identifique a una con el otro, de
que decir Bárcenas sea decir España. Es lamentable, pero es así, Y lo es,
porque todos hemos sido un poco, o un mucho, Bárcenas.
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