Cuándo entenderán los poderosos que la mayor demostración
que cabe del poder es saberlo contener. Lo acabamos de ver durante las
largas horas que Evo Morales estuvo, si no técnicamente secuestrado, sí
inmovilizado en su avión imposibilitado de cruzar Europa. Fue, sí, una
demostración del poder y la influencia de los Estados Unidos, pero fue,
también, una situación vergonzante y ridícula para sus socios europeos que se
plegaron como autómatas a los deseos de la nueva metrópoli.
Mejor nos hubiera ido, mejor les hubiese ido a los egipcios,
si tal demostración de fuerza se hubiese empleado en contener al ejército
en el golpe de Estado dado en Egipto, mientras Obama y Cía. se
ocupaban de hacerle la vida imposible a Morales.
Se nos olvida, se le olvida a los gobiernos europeos y s ele
olvida a muchos de nuestros medio de comunicación que ningún golpe de estado, y
menos si es sangriento, se puede justificar, salvo que, como el del 25 de
abril, que, en realidad, fue una revolución y no sangrienta, traiga la democracia
al país en cuestión. Y, en Egipto, democracia ya había, con un gobierno salido
de las urnas, no del gusto de Occidente, ni tampoco ahora de la mayoría de
los egipcios, pero eso es algo que también pasa en España.
Me diréis que escribo lo que escribo porque no me
ha tocado vivir allí, pero, lo cierto, es que, si lo hago, es porque tengo
memoria y recuerdo perfectamente que las tibias justificaciones o el silencio
cómplice con que se ha recibido la insurrección militar son, si no iguales, sí
parecidas a las que se produjeron cuando en 1991, el gobierno argelino anuló,
con el consentimiento tácito de Europa y EE UU, anuló las elecciones que había
ganado en Argelia el Frente Islámico de Salvación, lo que provocó que una gran
parte de los islamistas, descontentos, se levantaron en armas, creando el GIA,
Grupos Islámicos Armados, dando lugar a una guerra civil que formalmente
concluyó en 2002, pero que, en la práctica , sigue viva, mientras que gran
parte del interior del país sigue siendo territorio vedado a los extranjeros.
Está claro que el terreno es más propicio en Argelia que en
Egipto para la implantación de una guerrilla, pero mejor hubiese
sido no dar tiempo al tiempo para que se reproduzca el fenómeno en el país
que controla el canal de Suez, clave para el tráfico naval de medio mundo. De
momento, ayer el ejército reprimió a los islamistas convocados por los hermanos
musulmanes, de la única manera en que sabe hacerlo, con fuego real. El
resultado, treinta muertos, treinta mártires que reforzarán la insurrección y
las protestas.
No sé qué hubiese ocurrido, de seguir Mursi en el poder. Lo
que sé es que esto pinta muy mal, porque pinta como la Argelia de 1991. Y,
ante tal situación, insisto en lo que ayer recordaba en Facebook: que
puede que a los militares se les llame, pero no se les vota. Y en Egipto
había un gobierno sin duda deslegitimado ante la población, pero legítimamente
elegido en las urnas. Ahora, sólo cabe esperar que lo que venga sea menos largo y menos cruento de lo que fue la guerra civil en Argelia.
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