Cuando uno comprueba cómo se están comportando el PP y
el Gobierno ante el chaparrón desatado por las más que interesadas -por
ambas partes- confesiones de Luis Bárcenas al director del diario EL
MUNDO, uno tiene no sabe si debe estar más preocupado que indignado o
viceversa, porque ¡caray! se puede ser más torpe, pero hay que entrenar
mucho.
La verdad es que todo lo que hemos visto "negro sobre
blanco" en las últimas cuarenta y ocho horas no es muy distinto de lo
que el sentido común nos permitía deducir de las actitudes de unos y otros en
este asunto, porque ¿qué puede hacer que un partido y todo un presidente
de gobierno no lleven ante los tribunales a quien tácitamente, sólo
tácitamente, están acusando de meter la mano en las cuentas que le habían
encomendado? ¿Qué puede hacer que ese partido y ese gobierno hayan estado
bailando al son que les ha tocado el que hoy tachan de delincuente?
Evidentemente la respuesta está en todo lo que ese delincuente al que un día
permitieron ser senador sabe y puede probar de las cuentas del PP. Y parece
que, saber, sabe mucho y pruebas tiene de sobra.
Partido y Gobierno han jugado este partido al
"cerrojazo", han puesto el autobús del silencio o el cinismo delante
de la portería y han dejado pasar el tiempo a la espera de que un rápido
contraataque sobre la portería contraria, el feo asunto de los ERE, por ejemplo,
o el milagro ya imposible de una rápida recuperación de la economía,
les permitiese cambiar el resultado que, hoy por hoy, les agobia.
El tiempo se ha agotado, los pelotazos sobre tan torpe
defensa llueven de todos lados y nada ni nadie perece que pueda salvarles ya,
porque, si estaban esperando un éxito electoral como el que desactivó
políticamente el caso de los trajes de Camps en Valencia, pueden seguir
esperando, pero que esperen sentados.
No sé si porque, como dice un amigo, ya les hemos visto el
culo, pero lo cierto es que el Partido Popular, sus portavoces y todo los
ministros que se han pronunciado sobre este asunto gozan ahora de credibilidad
cero, especialmente personajes como María Dolores de Cospedal o Carlos
Floriano, a los que les ha faltado hacer pedorretas a la prensa y, a través de
ella, a los ciudadanos todos. Tal parece que no saben donde están, que el
dandismo practicado por los cargos del partido, perfectamente engrasado con el
contenido de esos sobres, el lujo en la muñeca, el trasero acostumbrado a
sentarse a la mesa de los mejores restaurantes, los trajes de excelente corte,
los agasajos de los fines de semana en "provincias", perfectamente
filtrados y organizados, les han alejado de la calle y les ha llevado a pensar
que el mundo es de papel prensa o que se puede estar a salvo de él detrás del
cristal de una pantalla de televisión.
No se han dado cuenta de que ese paraíso artificial que
construyeron sobre los cimientos de aquella Ley del Suelo de Aznar, cambiando
naranjos, huertos y campos de cereal por bloques de pisos y chalés, ese ir y
venir de audis y beemeuves, ese ir a las playas del Caribe, que
les llevaron a dominar la práctica totalidad del mapa autonómico y a
disponer, a través de sutiles o no tan sutiles colectas, de fondos
como para monopolizar y dar forma a la opinión... no han caído en la cuenta,
insisto, de que el decorado se ha venido abajo ni de que la gente ya no está
dispuesta a pasarle ni una más.
Y eso que lo que le llega a la gente es la paja de habas, lo
más burdo y lo más chusco. Eso a pesar de que nadie, quizá porque a nadie le
interesa, le ha explicado a la gente que el oro o el caro acero de las
muñecas, el paño de los trajes o la factura de los hoteles y restaurantes
sale de sus bolsillos, porque están incluidos en los costes de los
contratos que se adjudican a quienes, previa o posteriormente a la
firma, hacían suculentas donaciones a l partido.
Pero, además, este escenario necesitaba de tramoyistas y de
comparsas. De tramoyistas que, en los periódicos o en las tertulias de la tele
o de la radio desplegasen o recogiesen en cada momento el forillo apropiado
para la ocasión. De comparsas, que, como el PSOE, parecía adormilado en su
rincón, lamiéndose las heridas de sus últimas derrotas, desconcertado y sin
respuestas, a la espera, ellos también, de que ocurra el milagro que les salve.
Decía ayer el patán de Carlos Floriano que las últimas
revelaciones del periódico de Pedro José Ramírez les preocupan cero. Hizo mal e
n decirlo, porque esa preocupación cero, que es mucha en la ciudadanía, sólo
demuestra la irresponsabilidad de quienes nos gobiernan, porque, esta vez, los
muy torpes ni siquiera se han molestado en desmentir la veracidad de los SMS
revelados por EL MUNDO.
Esta tarde, Rajoy tiene que comparecer ante la prensa junto
a su colega polaco, de visita en Madrid, y no me quiero ni imaginar cuáles van
a ser sus respuestas a las dos únicas preguntas que la prensa podrá formularle.
Para entonces, Bárcenas ya habrá declarado ante el juez Ruz, esta vez desde la rabia que se cría en la cárcel y sin la más mínima confianza que alguien acuda en su ayuda. Luego, después de una cosa y la otra, Rajoy voverá de nuevo al armario en que se esconde en La Moncloa. Y los demás a
buscar desesperadamente un trabajo que no hay o a quitarse el hambre a
puñetazos.
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