Ésta que comienza es, para muchas familias, la semana más
importante del año, porque esta semana es la semana en que comienza el curso
para los más pequeños. Para muchos de ellos va a ser quizá la primera ocasión
en que se van a ver rodeados de extraños, aunque bajitos como ellos, sin los
brazos de una madre, un padre o unos abuelos en los que refugiarse.
Son días cruciales para la vida futura de esos niños,
aunque, a la postre, los recuerdos que les queden de ellos sean, y lo sé por
experiencia, poco más que una vieja fotografía, Lo malo es que quienes nos
gobiernan desde hace apenas tres años no parecen querer darse cuenta de ello,
al menos en lo que afecta a los hijos de los otros, no a los suyos que irán al
colegio al que fueron ellos y, si me apuráis, sus padres. Niños a los que
recibirán la misma caricia cariñosa que recibieron sus padres del viejo cura
que, siendo apenas un seminarista acarició a sus adres.
Frente a ese mimo a esas rancias tradiciones, a esa
educación "de toda la vida", los otros niños, los de las familias de
los parados, de los desahuciados o de quienes trabajan toda la jornada para
mantener una familia, un sueño y dos casas en dos continentes, se encontrarán
con aulas deterioradas, con profesores aún por designar o con otros que no han sabido
hasta unos días antes cuál iba a ser su destino para este curso, con lo que los
hijos de los desfavorecidos, a veces sólo por haber cometido el error de no
poder vivir más que en el barrio equivocado, se van a dar de bruces con el caos
educativo creado por la insensatez de un ministro temerario -o la temeridad de
este ministro insensato, como más os guste- y por la deslealtad de los
responsables locales del área educativa, dispuestos sólo a procurar el negocio
de la escuela privada, uno de los mayores negocios, que, a la vez, se constituye
como uno de los mayores instrumentos de dominación y transmisión de ideologías
y clases, al perpetuar, inoculándosela a los niños, una educación que sólo
pueden pagar unos pocos y, aun así, con la ayuda del dinero de todos.
Comienza un curso en el que las diferencias entre unos y
otros van a ser más evidentes que nunca, porque el sistema educativo español
tiene ahora veinte mil profesores menos y es fácil adivinar de dónde han
desaparecido casi todos. Un curso en el que el comedor, toda una necesidad para
muchos, se habrá institucionalizado ya como un lujo. Un curso en el que a
nuestros niños ya no se les enseñará a ser ciudadanos, sino buenos cristianos.
Un curso en el que habrá asignaturas que se impartirán sin textos, porque los
incapaces que nos gobiernan aquí y allá no han sido capaces, valga la
redundancia, de sacarlos adelante. Un curso en el que en sendas localidades madrileñas, en lugar de los colegios públicos que se necesitan, se construyen, con todo el beneplacito de la administración, cesión de suelo incluido, dos colegios privados que ya desde el primer ladrillo tienen la condición de concertados, con la correspondiente subvención que todos pagaremos .
Va a comenzar un curso con una nueva ley de la que el
ministro paridor ya no responde, porque no se molesta en dar la cara, un curso
en el que algunos colegios -al menos en Madrid hay uno que lo hace y se lo
consienten- resta un punto en el baremo para acceder a sus plazas a los hijos
de quienes no tiene trabajo, un curso que va a consagrar el desmantelamiento de
una de las patas de nuestro sistema de bienestar, la de la educación, que,
durante unos años, nos hizo creer aquello tan manido del franquismo de que el
hijo de un albañil podía llegar a arquitecto y el de un arquitecto podía
quedarse en albañil.
Nada de eso era verdad, los hijos de los arquitectos
seguirán yendo a los caros colegios a los que ellos fueron y haciendo sus
carreras en universidades privadas con más medios y menos exigencias, en tanto
que los afortunados hijos de obreros que lleguen a la universidad pública, casi
tan cara ya como la privada, tendrán que trabajar fines de semana y vacaciones
para poder pagar su carrera, jugándose estudios y economía en cada examen.
En fin esta semana comienza el curso del caso, con la única
esperanza de que sólo sea un mal sueño que dure lo que dure la pesadilla que
vivimos por habernos dado -digo habernos, porque no hicimos lo suficiente para
evitarlo- el atracón de mayoría que concedimos a estos sectarios irresponsables
del Partido Popular. Y en nuestras manos queda que se vayan y que se vayan
cuanto antes, a ser posible para no volver.
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