Sé que no está bien visto hablar mal de los muertos y más si
el finado está aún de cuerpo presente, pero lo las últimas horas con Emilio
Botín me parece demasiado. Entre otras cosas, porque quienes lo hacen son
cualquier cosa, menos coherentes, y porque se nota demasiado que quienes los
hacen, o sus empresas, tienen la lengua o la pluma cautivas de un poder que en
España, y en Occidente en general, es excesivo y, si no quita y pone gobiernos,
que al menos lo intenta, sí, seguro, influye en sus decisiones.
No hay más que pararse a mirar en los consejos de
administración del Santander o de las empresa por el participadas, para
encontrarlos granados de ex ministros y es altos cargos de los diferentes
gobiernos de uno y otro signo, Guillermo de la Dehesa (PSOE) y Rodrigo Rato
(PP) ene l consejo del "banco rojo", qué ironía, sin ir más lejos. No
hay más que recordar de qué manera tan indisimulada se libró al banquero
desaparecido de una importante condena en la Audiencia Nacional en el tenebroso
asunto de la cesión de créditos, tan tenebroso como el de las preferentes, en
el que también participó su banco.
Y no sólo esos dos casos, también y más vergonzoso, para
nosotros, y vergonzante, para el gobierno que lo dio, el indulto concedido por
Zapatero en el último minuto del último consejo de ministros a Alfredo Sáenz,
consejero delegado del banco de Botín, condenado por el Supremo a tres meses de
prisión y, lo que es peor, a la inhabilitación para trabajar en el sector, que
le hubiese obligado a dejar la vicepresidencia del banco.
Lo decía antes, con sus retiros dorados, con sus elogios
zalameros a las políticas de los diferentes gobiernos, con los créditos para
campañas electorales a unos y otros partidos, se compra la voluntad de muchos
gobiernos y se encoge el corazón de otros. Entre otras cosas, porque los bancos
han sido y son testigos mudos y colaboradores necesarios para la mayoría de los
delitos de corrupción y no hay más que ver la remolonería con que responden
cuando son requeridos por la justicia para investigar a sus clientes. Recuerdo
que de pequeño me decían que hay que tener amigos hasta en el infierno, algo de
lo que no se preocupan los banqueros, porque el infierno son ellos.
Se compran voluntades de políticos y se compran también las
de los periodistas y los medios de comunicación. Y hay muchas maneras de
hacerlo, una es la obvia la tan evidente y rancia del regalo en especie, tan
practicada en tiempos en la que, recuerdo, por estar presente en la asamblea
general de un banco, regalaban la estancia en un hotel de lujo y un ordenador,
cuando había, como mucho, uno por calle. Otra es la concesión de créditos
imposibles a intereses de risa. Otra, más sibilina, es la de patrocinar cursos
y ciclos de conferencias en los que una charla de hora y media se paga como dos
semanas de trabajo y coordinar un curso no quiero ni pensarlo.
Son años de servidumbres que acaban por levantar un muro
protector en torno a quien las cultiva, otorgándole una especie de omertá y un
control de daños en los telediarios y en las primeras que, en más de una
ocasión, ha salvado el negocio. Son las miserias que llevan al elogio desmedido
de personajes que, como Emilio Botín, practican santificándose lo que en otros
sería considerado grave pecado; la usura, la mentira, el chantaje, la
extorsión, etc.
Se nos ha dicho por activa y por pasiva que los grandes
problemas de nuestro país han sido la destrucción del tejido industrial y la
economía especulativa. Pues bien, ayer que tocaba cantar las excelencias del
muero, se nos dijo que su mayor mérito había sido iniciar la transformación de
la banca industrial en banca financiera, Ver para creer. Del mismo modo se
contabilizó entre los méritos de Botín la rapiña, ese ejercicio de piratas de
tierra firme que saqueaban cuantos barcos naufragan en sus costas y que Botín
ha practicado en Reino Unido y América Latina, comprando baratos los restos de
bancos hundidos por la crisis. Demasiados elogios, en fin, para quien como
tantos y tantos héroes de la banca ha construido su prestigio sobre el sudor y
el llanto, a veces también la sangre, de otros.
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