Lo han conseguido. Un año más lo han conseguido. Un año más,
el nombre de Tordesillas ha abierto telediarios aquí y en medio mundo. Un año
más la barbarie ha conseguido borrar siglos de Historia y de Arte, así, con
mayúsculas, para reducirlos a las terribles imágenes de una salvajada. Lo han
conseguido y que no se quejen, porque enrocarse en la barbarie no es una
obligación, sino una opción, a mi modo de ver equivocada.
Que no se extrañen si ya no se piensa en la localidad
vallisoletana como el lugar que dio nombre a un tratado por el que se repartió
el mundo aún por conocer entre España y Portugal. Que nadie so se extrañen si
nadie habla ya de su plaza mayor, su puente o su muralla sino como escenarios
del martirio de un pobre animal aturdido, cuya oportunidad de vivir es la de
llegar al campo libre entre las lanzas y navajas de centenares de energúmenos
que a pie o a caballo quieren sentirse más hombres con su sangre.
Que nadie se extrañe de que reduzcamos a todo un pueblo, a
toda su gente a unas horas de horror, que no se extrañen porque son los
primeros que defienden ese espectáculo que nos lleva a lo más oscuro de nuestra
historia. Que no se extrañen, porque yo, por ejemplo, soy incapaz de imaginar
otra cosa cuando pienso en Tordesillas.
Qué triste escuchar los insultos que sus vecinos dedican a
quienes protestan por tan bárbara tradición. Les llaman, por ejemplo,
sinvergüenzas, curiosa palabra en boca de quien no la siente por encarnar un
reducto de incultura que no cabe en la Europa del siglo XXI a la que decimos
pertenecer. Qué triste ver como la Guardia Civil, que pagamos todos, garantiza
el martirio y la muerte de un pobre animal y se lleva o identifica a quienes
tratan de impedirlo. Que contradicción que quienes deciden manchar sus manos
con la sangre del toro no quieran testigos y persigan a pedradas o a golpes a
quienes tratan de dar testimonio de sus excesos.
Qué triste comprobar que la mayor defensa que hacen los
vecinos de Tordesillas es la d decir que en su pueblo hacen lo que quieren,
manifestando animadversión, cuando no odio, a quienes pretenden impedir un
espectáculo tan doloroso como el que ofrecen cada mes de septiembre- Argumento
nada lejano de lo que esgrime el maltratador que golpea a su mujer y, cuando es
sorprendido y alguien afea su conducta dice que en su casa manda él, sin caer en
la cuenta que su casa, su pueblo, están dentro de un estado a cuyas normas
tendría que someterse quiétranlo o no, porque la convivencia se basa en el respeto y ellos prescinden de ese respeto.
Qué pena ver al "campeón" del torneo pasear hasta
el ayuntamiento con el rabo del animal ensartado en la lanza con la que le ha
dado muerte, rodeado de otros como él que parecen envidiarle. Ayer me
preguntaba qué pensaríamos, qué diríamos, si viésemos a un toro pasearse,
rodeado de cabestros, con las vísceras, ensartadas en su cornamenta, del torero
que acaba de matar. Probablemente, no lo soportaríamos. Por qué soportar entonces
que se torture a un hermoso y aturdido ser vivo.
Y, si hay algo que soporte aún menos que la barbarie, es que
se pretenda justificar tan cruel barbarie apelando a la tradición o a la
cultura, porque tradición era también quemar herejes o romper el cuello de los
condenados con el garrote en plaza pública delante de hombres mujeres y niños.
Eso o que se celebre como fiesta la muerte de un ser inocente, algo que, lo
siento, me recuerda a las ejecuciones salvajes con que tratan de atemorizarnos
los fanáticos salvajes de ese régimen de barbarie y terror que autodenominan
Estado Islámico.
Sangre y cultura se llevan muy mal y siempre que las han
forzado a ir juntas ha sido para hacer sufrir a inocentes, sean animales o seres
humanos, porque por más que algún conferenciante cursi a sueldo del
ayuntamiento de Tordesillas llame a víctima y verdugo, lancero y toro, les
llame compañeros, nada tienen que ver el uno con el otro, porque el que da la
muerte está allí porque quiere y el animal lo único que quiere es dejar de
estar allí.
Tordesillas si sus vecinos se han estigmatizado y que no se
quejen. Esto no es la tomatina de Buñol.
Salen en los telediarios de medio mundo, sí, pero para poner
en evidencia su salvajismo. Y, si no todos son salvajes, que lo demuestren
oponiéndose a que a otros se les consiente serlo.
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