Como hiciera hace veinte siglos el cordobés Lucio Anneo
Séneca ante la pérdida del favor de Nerón. Ana Botella de Aznar se tomó ayer
ante las cámaras, los micrófonos y los flashes que tanto amó la cicuta de la
renuncia ante el abandono del emperador de la calle Génova que la considera,
como todo el que tenga ojos, un lastre para las aspiraciones del PP de no
estrellarse también en Madrid en las próximas elecciones.
Pocos fracasos recuerda este país tan estrepitosos como el
de la esposa de Aznar, metida con calzador en la candidatura de Alberto Ruiz
Gallardón, para ser catapultada en un futuro nada improbable a la alcaldía.
Quien allí la colocó sabía de las ambiciones del hoy desenmascarado ministro de
Justicia, que no dudaría en dejar el sillón y las promesas debidas a los
madrileños en cuanto s ele presentase la más mínima posibilidad de pisar la
moquete de la Moncloa. Y acertó. Gallardón perdió el culo, que diría un
castizo, por sentir el peso de una cartera ministerial y se quedó, para mal de
los españoles y especialmente de las españolas, con la de Justicia.
O sea, que fue así, de ese modo tan poco claro como Ana
Botella llegó a la alcaldía de la ciudad más endeudada de España y quién sabe
si de Europa sin haber sido nunca propuesta a los electores como alcaldesa, lo
que no debe servir de excusa para los muchos votantes exquisitos que quisieron
creer en el Gallardón demócrata y progre, para tener así una coartada para
votar a la derecha, una mala excusa, porque todo ciudadano debe saber que todo
el que aparece en una lista electoral, por más remotas que sean sus posibilidades
y en Santiago de Compostela lo saben, puede acabar siendo alcalde.
Es decir, por más que traten de ponerse a salvo renegando de
ella, Ana Botella, la alcaldesa que ayer dijo adiós sin dimitir, la que ha
arrasado la ciudad de Madrid, pretendiendo saldar la deuda de nuevo rico que
dejó su faraónico antecesor, la que se puso tan en ridículo, poniéndonos de
paso también en ridículo a todos los madrileños, con aquel histriónico
"monólogo" del "relaxin' cup of café con leche" que hoy
triunfa en las redes sociales.
Ana Botella, la que se presentó con abrigo de pieles y
tacones a supervisar el esquirolaje a la huelga de trabajadores de la limpieza
que apenas ganaban 800 euros; la que tuvo "los santos cojones" de
darse por satisfecha con una rápida visita con foto a los familiares de las
víctimas y heridos de la tragedia del Madrid Arena, en la que, luego se
demostró, su ayuntamiento tenía mucho que ver, volviéndose a Portugal para
proseguir con su relajante spa del puente de "todos los santos"; la
que tiene Madrid, ya sin huelgas, más sucio que nunca; la que está cambiando
las marquesinas, aún en perfecto estado, de los autobuses porque tras la
empresa encargada de hacerlo está su yerno; la que ha "podado" hasta
el límite de la imprudencia los presupuestos para limpieza, parques y jardines
con las consecuencias tan terribles que están sufriendo los árboles de la
ciudad que se caen de cuajo y han causado ya dos muertes y varios heridos.. Ana
Botella se va, pero se queda, sin formar parte de nosotros, porque no ha
habido, por razones obvias, alcalde, ella ha sido la primera mujer en el cargo,
tan impopular como ella.
Se va abriendo el debate para su sucesión, todo un problema
para el taimado Rajoy, pero se queda para comerse el marrón de hacerse
responsable de los estropicios causados a la ciudad, por ella y, sobre todo,
por la suicida gestión del megalómano Gallardón. Se queda para dejar a cero el
contador de los agravios a los ciudadanos. Parece que le sustituirá otra mujer,
una mujer que ya se habrá quemado en los ocho meses de debate que deja abiertos
para que el PP encuentre un candidato y nada más, porque sólo un milagro o la
más hedionda de las carambolas devolvería la alcaldía de esta ciudad hoy
triste, desprestigiada y sucia al Partido Popular.
Esa ha sido quizá su pequeña venganza, tomarse la cicuta
delante de todos y antes de tiempo.
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