No pueden colocarse más obviedades y naderías juntas. Nos habla de una reforma constitucional, o así, que consiste, simplemente, en cumplir la constitución. Tras una cita de Manuel Azaña -porque todo articulista aficionado que se precie ha de adornarse con citas- habla del problema político de "la deriva soberanista de Cataluña" y lo hace con preocupación y dando a entender que los catalanes no son como los escoceses o que España es más democrática que el Reino Unido, porque se muestra partidario de que cualquier decisión sobre el futuro de Cataluña la tomen no sólo los catalanes, como hicieron el jueves los escoceses, sino todos los españoles. Eso me revienta, porque equivaldría a decir que los hijos deben quedarse o marcharse del hogar familiar sólo cuando lo decida la familia en pleno. Y no es así. Se harán necesarias todas las negociaciones y compensaciones oportunas, pero han de ser los catalanes y sólo ellos quienes decidan sobre su destino, que no necesariamente ha de ser fuera de España o dentro de in Estado de las Autonomías tal cual, porque existe una vía federal que el PSOE, en los momentos cruciales, no ha sabido o no ha querido defender con entusiasmo.
Pero lo que más me revienta ni siquiera es eso. Lo que realmente me enciende la sangre es que este señor que, por cierto, escribe en plural mayestático, es que se dé cuenta ahora de que no está garantizado el derecho a la vivienda digna, ni al trabajo, que ni siquiera está clara en la Constitución la relación de España con la Unión Europea, algo que no es del todo cierto, porque la prioridad del pago de la deuda externa frente a la atención a los ciudadanos españoles sí lo está y lo está gracias a la reforma del artículo 135, en la que él, personalmente, tuvo un papel más que protagonista.
Habla el catódico Sánchez de los treinta y seis años de Constitución y señala con más o menos acierto sus carencias e incumplimiento. Lo que no dice es que, de esos treinta y seis años, los socialistas han gobernado veinte y gran parte del tiempo con mayorías holgadas. Así que algo habrán tenido que ver en el deterioro de la misma y la frustración que hoy produce en el ciudadano.
Me asombra y me cabrea que tan bello secretario general considere hoy que el problema catalán ha alcanzado las dimensiones de que hablaba Azaña y no se haya visto igualmente conmovido por las grandes movilizaciones que en toda España se produjeron no una sino bastantes veces contra el paro, los recortes y la crisis que no supo ver el gobierno socialista de Zapatero. Tampoco se conmovió por el drama de los desahucios, como el resto de su partido, hasta que los suicidios no empezaron a salpicar desde los medios, poniendo en evidencia el fariseísmo de los diputados, también socialistas, que desde la comodidad de sus escaños y, en el caso de algunos como él, desde los consejos de las cajas no quisieron ver el drama que, a ellos, con sus créditos blandos, sus sueldos sus fondos de pensiones y sus dietas les sonaba lejano.
Me ha costado mucho leer un artículo flojo, en el que el PSOE aparece limpio de polvo y paja, como si no tuviese responsabilidad en nada de lo que ha ocurrido en este país durante tres décadas, con mi voto, es cierto, lo que quizá me da más derecho a estar cabreado. Lo he leído a trancas y barrancas y más, después de esterarme que, según EL MUNDO, Pedro Sánchez, el secretario general del Partido Socialista OBRERO Español, que no sólo visita platós de televisión ha garantizado a un grupo de empresarios que no llegará a acuerdos con Podemos.
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