domingo, 12 de febrero de 2012

CON MANIFESTACIONES...


Dijo ayer Alfonso Alonso, uno de los rostros más presentables de este voraz PP que quiere cargarse en tres meses el resultado de años de conquistas sociales, que ninguna manifestación va a crear puestos de trabajo ni va a acabar con la reforma laboral. Quizá en lo primero, el señor Alonso tenga razón, pero quizá al ex alcalde de Vitoria le convendría recordar que, con manifestaciones, no sólo se ha forzado el cambio de leyes, sino que han caído imperios, se han derribado dictaduras, se han echado abajo muros y que, una detrás de otra, las manifestaciones y las protestas consiguieron transformar la sociedad hacia esto que ahora queremos y que su partido quiere quitarnos.
Hace bien el PP en ocultar a Rajoy, el político español que más y más descaradamente ha mentido, no ya en los últimos años de democracia, sino en las últimas décadas. El hoy presidente del Gobierno asustó al electorado con todos los males -yo diría, incluso, que con menos- que ahora, él, está dejando caer sobre nosotros. Y quién nos dice que no va a ir más lejos. Quién nos puede asegurar ahora que no van a retirar los subsidios a los parados, sospechosos todos de estafar al Estado. Quién nos va a garantizar que no van a recortar las pensiones a los jubilados. Quién nos asegura que no van a dejar de subvencionar los medicamentos para los enfermos crónicos.
De nada vale ya los que digan o hayan dejado de decir, porque su palabra no vale hoy nada. Con esta reforma laboral no sé para qué pagamos sueldo, coches y asistentes a dos o tres ministros del Gobierno. Más valiera que Trabajo y Economía se gestionasen directamente desde las sedes de las patronales.
Sin embargo, lo peor de todo no es la nefasta reducción drástica de las indemnizaciones por despido o la potestad depositada en las empresas para reducir salarios y alterando horarios unilateralmente, Lo peor es que se hurta a los trabajadores el derecho a recurrir a los tribunales ante un despido injusto.
Está claro que los españoles no fueron conscientes el 20-N de que se estaban poniendo la soga al cuello. Sólo faltaba el valor para saltar de la banqueta o que alguien, el Gobierno, le empujase y eso ya ha ocurrido.
Quizá con manifestaciones no se creen los tan necesarios puestos de trabajo, per gobiernos como éste tampoco parecen querer hacerlo, más bien al contrario. Lo que sí tengo claro es que la batalla está en la calle y que se puede ganar.

De momento, España no está, como Grecia o Portugal, intervenida por el FMI o Europa. Está peor, porque está intervenida por una patronal decimonónica y sus palmeros del Gobierno.

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