En las últimas horas ha alterado el tedio a que nos tiene
acostumbrados la actualidad la noticia de que ayer se llevó a cabo un peculiar
embargo: el del mobiliario, lo único embargable, de un colegio privado en
Madrid. Lo peculiar del embargo es que el duro y bochornoso trámite, con
funcionarios judiciales, operarios y policías se ha llevado cabo en plenas
horas lectivas, levantando materialmente a los niños, de todas las edades, de
sus pupitres.
Lo rocambolesco de las imágenes y la torpeza de proporciones
bíblicas quien ordenó la operación en esas circunstancias parecen haber
desenfocado un aspecto no menos escandaloso del asunto: el origen del embargo
está en la deuda de casi un millón de euros que el centro mantiene con la
Seguridad Social. Repito por si no habéis quedado suficientemente
impresionados, Los responsables del colegio, que no han dejado de aparecer en
radios y televisiones como víctimas, te deben, me deben, nos deben a todos,
especialmente a los pensionistas, ciento cincuenta millones de pesetas.
Me pregunto cómo un colegio privado ha podido acumular tal
deuda y en cuánto tiempo. También me pregunto qué información tenían los padres
de los alumnos de lo que estaba pasando, porque tengo la impresión de que el
mayor despropósito ha sido la actuación de los propietarios del centro que,
pese a tener una comunicación oficial de la fecha y hora del embargo no
advirtieron a los padres, con lo fácil que hubiese sido hacerlo a la hora de
entrada al centro. Salvo, claro, que los responsables del centro tratasen de utilizar a los alumnos como rehenes.
Creo que las responsabilidades, todas, hay que exigírselas a
ellos. Salvo que haya un acuerdo tácito entre propietarios y padres para abrir
una nueva vía a la enseñanza concertada como lo es la de dejar de pagar al
Estado lo que s obligatorio para todos los trabajadores de este país con el fin
de mantener las bajas médicas, y las pensiones. En resumen, el estado de
bienestar que quieren cambiarnos por un "sálvese quien pueda".
No sé si estaba en la intención de El Roto que así fuera, pero
su viñeta de hoy, en la que sus gerifaltes de siempre hablan de repartir
equitativamente el frío, pero no la calefacción, ilustraría perfectamente lo que
ayer ocurrió en un colegio del bonito barrio madrileño de Chamartín.
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