Uno creía que ya lo había escuchado todo sobre la contrarreforma
laboral con la que el Partido Popular nos agredió (Guindos-Sachs dixit) el
pasado viernes. Pero no. No, porque uno tiende a pensar que los responsables
del PP son como él, que sangran cuando se les pincha y tienen sentimientos.
Lo acaba de demostrar la secretara general, María Dolores de
Cospedal, que no ha dudado en abroncar a los sindicatos y hacerlo con una de
esas verdades, falsa y prefabricada, a la que tan dados son los de la calle
Génova.
La señora Cospedal no ha dudado en desautorizar a los
sindicatos por haber estado en silencio estos siete años (los de gobierno
socialista), mientras el número de parados superaba los cinco millones de
parados. A la presidenta que con tanta destreza ha manejado las tijeras en Castilla
- La Mancha, se le olvida decir que durante los primeros meses de gobierno
Zapatero el empleo siguió creciendo y que los sindicaros, pese a no haber
convocado la huelga general que tanto hubiese disfrutado el PP, los sindicatos
no guardaron ese silencio del que ahora les acusa Cospedal.
Parece, por lo que dijo ayer a los cachorros del PP, que el
mayor mérito de esta reforma es el de haber sido gestada y aprobada en apenas
siete semanas de gobierno, como si el mejor cirujano fuese el que abre y cierra
en menos tiempo, aunque, con las prisas por sacarle del quirófano, deje fuera
del cuerpo del paciente órganos tan vitales como para no permitirle vivir mucho
más tiempo.
Tampoco se olvido esa mujer sin corazón y sin vergüenza
-dónde han quedado aquellas acusaciones a la Policía de espiar al PP para el
gobierno socialista- de dar estopa al PSOE, especialmente a su secretario
general, Alfredo Pérez Rubalcaba, al que únicamente recordó por su etapa al
frente de Educación en los ochenta, con Felipe González de presidente, y al que
olvida felicitar por su gestión del final de ETA.
Lo peor de todo es la firmeza y el descaro con que asegura que
esta reforma, contrarreforma diría yo, que permite EREs indiscriminados y
baratos, despidos improcedentes sin derecho a reclamar al juez, mini trabajos
con mini sueldos, y la extensión ad eternum de los contratos de formación,
dando carta blanca a los patrones para "pasear" por todos los
departamentos de una empresa, antes de, quién sabe con cuantos, hacerle fijo o
ponerle en la calle.
Nadie, ni siquiera los palmeros del PP, ha sido capaz de
encontrarle a esta ley la más mínima virtud para crear empleo, salvo, claro
está, la de que permite a los empresarios "vaciar" sus plantillas de
trabajadores caros, a los que se sustituye por otros más baratos y con menos
derechos. Eso, sin contar con el "acojone" que ya está trayendo a la
garganta de quienes de momento tiene trabajo, que ya tienen aprendido y
reforzarán sin duda el reflejo condicionado de saber que quien se queja o
critica las decisiones de sus jefes se va de patitas a la calle.
Ayer, como cada domingo, anduve por el Rastro y, además de
constatar que también está padeciendo los efectos de la crisis, tuve la
oportunidad de que - y menos mal que era así- la maldita reforma del PP estaba
en boca de todos.
Ojalá que de las palabras se pase a la presión y, sin llegar
a los extremos a que han llegado los griegos en su desesperación, lleve a una
demostración de fuerza que obligue al Gobierno a recapacitar.
De momento, de este gobierno sólo podemos esperar lo que ayer
nos dio la señora Cospedal, una muestra de su más descarado cinismo
antropológico
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