viernes, 29 de junio de 2018

YA ESTÁ TARDANDO


De todos es conocida la irresistible tendencia de los dictadores a hacerse enterrar en templos. Iglesias, basílicas y catedrales en el caso de quienes oprimen a sus pueblos en el nombre de dios o en templos del pueblo o de la república, como en el caso de Lenin o Bonaparte. Es como si quisieran, incluso después de muertos, continuar estando por encima de sus víctimas o de quienes, de buen grado o por miedo, les sostuvieron, como si quisieran estar más cerca de dios o del paraíso sea cual sea aquel en que creyeron.
En el caso de España, el enterramiento del dictador, frente al altar mayor de la basílica del llamado Valle de los Caídos, es una terrible afrenta a la memoria de un país que, habiéndole olvidado, aún recuerda sus fechorías y, en muchos casos, sufre las consecuencias de las barbaridades cometidas en casi cuatro décadas de dictadura, consecuencias evidentes, unas, tan invisibles como indelebles, otras. Una afrenta a los miles de familias de quienes, sin el permiso ni el conocimiento de sus deudos fueron arrancados, a veces de noche, de las fosas o las cunetas en que fueron ejecutados para rellenar con sus restos las criptas de ese templo excavado con dolor en la roca de la sierra madrileña, como el que coloca sin orden ni concierto libros robados en los estantes de una biblioteca que sólo va a servir para ser mostrada con ostentación.
La basílica con su enorme cruz, erigidas en el hermoso valle de Cuelgamuros, son un monumento al odio y el dolor, un lugar, se dijo, en el que se quería honrar la memoria de las víctimas de uno y otro bando, pero que, ya desde su construcción, que se llevó a cabo con el sudor y la sangre de miles de presos, se convirtió en eso: una afrenta para los vencidos, que se vieron obligados a salir fuera de España, a veces de guerra en guerra o a vivir en silencio el exilio interior, después de haber perdido, si no la vida, si la hacienda, el empleo, la carrera e, incluso, la familia.
Si todo acaba como debe, en un mes los restos del dictador saldrán del recinto en el que llevan más o menos los mismos años que lleve España en, mejor o peor, democracia y alguno más de los que este país vivió bajo su dictadura. Será una señal, la prueba de que España y los españoles se han hecho ya mayores y responsables, la prueba de que este país y quienes los habitan ya no necesitan tutelajes, manos firmes ni miedo para conducirse. Si todo va como debe, se pasará una página, quizá la página más trascendente, de la reciente historia de España.
Con ese gesto, se pondrá fin al espeso silencio, a la aparente inviolabilidad, que parece rodear a todo lo que tenga que ver con Franco y su dictadura. Con ese gesto estará mucho más cerca la hasta ahora imposible condena del Parlamento a aquel régimen, se disiparán los miedos de unos y de otros y será posible hablar de lo que pasó, de lo que hicieron los abuelos de unos y otros, que podrán pedir perdón en su nombre. Con este gesto, quizá se lleve hasta sus últimas consecuencias la incumplida Ley de la Memoria Histórica y, después de enfrentarnos al pasado, abriendo las viejas heridas para que de ese modo supuren, sanen y dejen de doler.
Ojalé llegue por fin ese momento que ya está tardando.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mas vale tarde que nunca. Ojalá sea pronto.

Mark de Zabaleta dijo...

Muy interesante ...

Saludos
Mark de Zabaleta

Mamen Piriz García dijo...

Deberian sacarlo de ahí, se lo desean muchos que sufrieron por su culpa. Un abrazo.