Me he acordado mucho estos días de aquellos días aciagos en
los que Pedro Sánchez fue víctima de un "golpe de estado" dentro de
su partido, un golpe orquestado por el sanedrín de vacas sagradas que, sentados
en las mullidas poltronas de los consejos de administración, hacía ya muchos
años que no miraban abajo ni alrededor. no veían nada que no tuviese que ver
con los intereses de sus nuevos amos o con la soberbia de quienes fueron y
dejaron de ser, incapaces de entender que el país se había movido a toda
velocidad y con el mismo empeño que ellos habían puesto en pararse,
atrincherados en la soberbia de haber sido y en la ignorancia de que no se
puede pretender tener razón sólo por haberla tenido.
Recuerdo a Pedro Sánchez saliendo de la sede de Ferraz,
solo, en su Peugeot, sin nada que no fuese su tesón y su deseo de reconquistar
lo que acaban de quitarle por no plegarse a los intereses de los de siempre,
las grandes empresas, para hacer presidente a Mariano Rajoy. Se marchaba solo,
después de unos días agotadores, después de esa loca partida de ajedrez en la
que Ciudadanos y Podemos por un lado y las vacas sagradas de su partido, por
otro, parecieron empeñados en terminar con quien hacía no tanto parecía el niño
mimado de quienes predicaban la continuidad en el país y en el partido, único
heredero, hijo predilecto de un pasado que el PSOE le pesaba ya demasiado.
Se fue, calle Ferraz adelante, con la intención de recuperar
el poder en su partido, ese mismo partido que acababa de defenestrarle y
hacerlo desde abajo y, además, con una mano atada a la espalda, la de haber
renunciado a su escaño, para renunciar a sus principios, haciendo presidente a Rajoy,
ni pasar a convertirse en el primer secretario general socialista que rompía la
disciplina de voto dictada desde su comité federal. Por eso eligió pasea su
"No es No" por España, reconquistando el apoyo de las bases, esas
mismas agrupaciones de barrios y pueblos, a las que el aparato del partido
había dado de lado hacía tiempo.
Tiempo después, cuando nadie daba un duro por él, cuando se
habían dicho y escrito todos los chistes posibles sobre su gesto, recuperó la
secretaría general, dejando con dos palmos de narices a todos los barones, con
Susana Díaz y sus padrinos a la cabeza, y, desde allí, sin el altavoz que dan
el escaños y el día a día parlamentario, movió los hilos precisos para hacerse
con el control de su grupo, que dejó de ser un cómodo compañero de viaje de
Rajoy, hasta que el viernes pasado, desde fuera, sin escaño, ganó la moción
de censura que acabó con casi siete años de Rajoy, siete años de recortes, de
crueldad presupuestaria, de inmovilidad exasperante, de dejar pudrirse los
problemas, especialmente el que ha puesto a Cataluña al borde de la
independencia y al margen de la ley, fruto de los perversos cálculos
electorales de quien, envuelto en la bandera, deja que el mundo se derrumbe
siempre que, a él, le den bien las encuestas.
El viernes, por fin, a Pedro Sánchez, el hombre que lo dejó
todo hace dos años para volver a ganarlo y de verdad con principios y
coherencia, le llamaron presidente desde la presidencia del Congreso. Nadie, yo
tampoco, hubiésemos apostado por ello. Demasiados mensajes apocalípticos,
demasiadas denuncias y malos augurios sobre sus malas compañías, demasiados
bulos sobre sus contrapartidas a los "independentistas", demasiadas
interferencias de los miserables que, desde el pasado de su partido y
acomodados en el lujo, escuchados por quienes sólo les utilizan, y ellos se
dejan utilizar, para minar el partido que dicen defender. Sin embargo, yo
tampoco, caímos en la cuenta de que Sánchez contaba con dos grandes aliados,
Rajoy, con todo lo hecho y dejado de hacer a sus espaldas, y Albert Rivera.
ebrio de aparente éxito, el de las encuestas, y ansioso por convocar unas elecciones
que salvo ellos dos nadie quiere.
Nadie contaba con que, por una vez, la más importante, Rajoy
iba a enredarse en la madeja con la que ha tejido tantos años sus alianzas.
Casi nadie contaba, aunque yo puedo presumir de haberlo hecho, con que a Rivera
iban a traicionarle la ansiedad y la realidad, obstinada en no poner ante su
rostro crispado, su lengua atropellada y sus ojos enrojecidos la plasmación de
todo lo que, solo o en compañía, lleva años calculando.
En esta moción de censura y por el precio de una, Pedro
Sánchez, se ha cobrado dos cabezas, la de Rajoy como presidente y la de Rivera
como emergente estrella de la oposición. Y han sido ellos dos los que se han
puesto la soga al cuello, demasiadas afrentas, demasiada injusticia, demasiado
autoritarismo y demasiado rencor como para esperar que el voto de la cámara
fuera otro. Ahora queda lo más difícil:
convertir esos noes a Rajoy en apoyos a un gobierno que,
mejor o peor, era necesario. Hace dos años, Sánchez emprendió, con tesón,
principios y coherencia, el camino que ayer le llevó a La Moncloa. Ahora,
espero y deseo con todas mis fuerzas que, con el mismo tesón, la misma
coherencia y, sobre todo, los principios, haga el camino que nos lleve a unas
elecciones en las que, con más sensatez que hasta ahora, los españoles decidan
su futuro.
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