lunes, 25 de junio de 2018

DE REJAS AFUERA


Extraño país éste, en el que quien, sin salirse ni un centímetro de la ley, tiene en su mano hacer justicia y dar sosiego a una sociedad escandalizada por el trato benévolo que se ha dado a cinco salvajes, se empecine en seguir retándola con sus decisiones, sin que nadie se lo impida.
Creo que a nadie, salvo los magistrados Ricardo González y Raquel Fernandina, podía ignorar que la puesta en libertad de los cinco condenados iba a llenar las calles de indignación de punta a punta del país y. aun así, adornándola de argumentos un tanto peregrinos, la decretaron, poniendo en la calle a quienes ya habían encontrado acomodo en la prisión, donde, entre iguales, sin duda acrecentaron su leyenda de "machotes" y recibieron el consuelo de quienes, como ellos y ese odioso abogado que les defiende, creen que no hicieron nada reprochable, que sólo fueron a vivir la noche pamplonesa.
Cuentan que José Ángel Prenda ya se había convertido en estos dos años en una especie de capo de la prisión navarra y que su compañero peluquero tenía cola ante su sillón esperando turno para arreglar las cabezas de sus compañeros, cuentan, en fin, que se habían hecho a la situación que les espera para otros cuatro años, pero que, aun así, ellos, tan acostumbrados a hacer de la calle el escenario de sus correrías, los muros de la prisión les estaban asfixiando y que querían salir a toda costa.
Sin embargo, su puesta en libertad, el regreso a su barrio sevillano, a sus casas, no ha sido tan feliz como imaginaban. No sé qué esperaban, quizá en un homenaje popular frente a sus casas, ser recibidos como héroes o, lo que repugna más si cabe, como víctimas de una injusticia. No sé en qué estaban pensando los magistrados cuando decidieron interrumpir su estancia en prisión, no sé qué esperaba ese abogado retador y misógino que más que un letrado parece un agente artístico empeñado en "mover" su producto por televisiones sin escrúpulos, ante "periodistas" que lo mismo "venden" una operadora telefónica o un colchón que la victimización de quienes, todos lo hemos visto, fueron a Pamplona a cazar, a conseguir nuevas víctimas para subir a su marcador, con total desprecio a la dignidad de las mujeres, incluso la de esas madres que, para mi sorpresa, siguen defendiéndoles.
Con lo que no contaban es con la reacción de la sociedad, que, capitaneada por las mujeres, pero no sólo ellas, ha dicho otra vez alto y claro que, si lo que se les ha aplicado es ley, no se ha hecho, desde luego, justicia y que no quiere verlos libres, en la calle. Con lo que no contaban es con que, en su Sevilla del alma, salvo los descerebrados de los biris, nadie quiere nada con ellos, lo que no sabían es que no iban a ser bien recibidos en bares y locales, que difícilmente les iban a ofrecer trabajo ni que, mucho menos, alguien iba a darles conversación.
Lo que no sabían es que eso que les era tan fácil contar, eso de lo que podían presumir en la cárcel, fuera de ella, al otro lado de las rejas resulta insoportable salvo para algunos enfermos que, como ellos, no ven en una mujer, en cualquier mujer, más que un objeto para su diversión, un objeto para usar y, luego, tirar, dejar abandonado en un portal o en un banco de la calle.
Tampoco podían imaginar que su seguridad se iba a ver comprometida, que se cruzaría con gente que no dudaría en mostrarles su ira, de palabra o, me temo que también, de obra.
Yo, que no soy partidario de las rejas ni los barrotes, creo que, en este caso que nos ocupa, cumplen una doble función: por un lado, y primordial, protegen a la sociedad, concretamente a las mujeres, de la amenaza que suponen estos individuos, más sin haber cumplido la pena que se les ha impuesto y que no me atrevo a pensar que, como mínimo, les confirme el Supremo, pero, por otro, les defiende a ellos de la ira de la sociedad hasta que no hayan saldado sus cuentas con ella.
Sería muy triste que, ante la falta de sintonía con la calle que han mostrado los magistrados, alguien decidiese tomarse la justicia por su mano, más si esa venganza se extiende no sólo a los cinco miembros de la manada, sino a los suyos. No creo que en le mente de nadie, por más exaltado que sea esté el tomar venganza de ellos, pero, si así fuese, y hubiese que protegerlos se daría la paradoja de se habría levantado otra reja entre esos exaltados vengadores y quien debería estar entre rejas, para protegerles.
Dejo para el final lo más lamentable, ese soplete imaginario con el que el abogado de varios miembros de la Manada, Agustín Martínez, quiere cortar los barrotes del reproche social hacia sus clientes. Seguro que, entre sus representados y algunos medios de comunicación, execrables, por cierto, se manejan ya cifras a cambio de entrevistas con estos sinvergüenzas, cuyo único mérito es el de haber violado colectivamente y con saña a una joven de apenas dieciocho años, una joven que, además, por la ineptitud de la justicia ha sido identificada y acosada por quienes, sin duda, hubiesen querido estar en ese portal de Pamplona, hace dos años.
Por principios, no quiero rejas, pero creo que bien estaban las que los separaban de nosotros y espero que pronto vuelvan a caer sobre ellos para tranquilidad nuestra y suya.




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