Quién le iba a decir al otra vez desde hoy registrador de la
propiedad de Santa Pola que su "espantá" de la política iba a poner
patas arriba a su partido, quién iba a decírselo... o no, porque más bien
parece que ese terremoto que está viviendo el PP no le era ajeno entre otras
cosas, porque tiene el epicentro en sus largos años de enfrentar a cada enemigo
con otro, sus años de repartir el poder de modo que nadie llegue a controlarlo
del todo, en el partido o en el gobierno, para hacerse, si no imprescindible,
sí insustituible.
Rajoy se ha ido con el descaro que siempre le ha
caracterizado, cerrando sus despachos de la noche a la mañana y supongo que
satisfecho por el enorme vacío que deja a sus espaldas, vacío sobre el que van
a precipitarse una tras otra las sentencias de todos los juicios pendientes de
celebración sobre la corrupción que ha sido norma en el partido.
Con Rajoy caminando deprisa junto a las playas de Santa Pola
donde ha conservado su privilegiada plaza de funcionario magníficamente
retribuido y con poco trabajo, como a él le ha gustado siempre, su partido ha
pasado a ser ese río en el que se bañaban hasta no quedar ninguno los diez
negritos de la vieja canción, los mismos que sirvieron para dar vida a la trama
de la novela de Agatha Christie, diez negritos que irán desapareciendo uno a
uno, los aspirantes a sucederle, alguno de los cuales ya ni siquiera está para
contarlo.
Esperanza Aguirre y Alberto Ruiz Gallardón, enfrentados por
su ambición debidamente alimentada por quien ha hecho del equilibrio de fuerzas
de sus enemigos una ciencia, ya son historia, como lo es también el no menos
ambicioso Alberto Núñez Feijoó que hace apenas dos días se tiró en marcha del
tren de la sucesión, entre hipidos y pucheros, con argumentos contradictorios y
sin llegar a explicar por qué cumplir con su deber para con los gallegos y para
consigo mismo le llevó a las lágrimas. No me cabe duda de que algún día lo
sabremos, porque el pasado es un enemigo lento, cuando no pesado, que siempre
se empeña en volver.
Desactivado el favorito, quedan las mujeres de Rajoy, todopoderosas
en el partido y en el Gobierno, enemigas íntimas, tan distintas y tan iguales
de las que, salvo sorpresas, saldrá la sucesora. Queda también Pablo Casado, el
arrogante muchachito autoproclamado representante de los nuevos tiempos, con un
currículo tan adornado, tan barroco y tan de oropel que va camino de hundirle
con su peso. Hoy, sin ir más lejos, hemos sabido que todo su esplendor
académico, aquí y en Harvard, viene de dos profesores que, qué casualidad, son
los mismos que intentaron adornar el de Cristina Cifuentes y acabaron imputados
y con su pupila en la calle.
Queda también el ex ministro de Exteriores García Margallo,
más preocupado que eficaz por la crisis catalana mientras estuvo en el Gobierno
y adoptado y omnipresente por Ferreras y la Sexta, como un Revilla más, locuaz
y enredador, del que se sabe su animadversión a la ex vicepresidenta, qué bien
le queda el ex antes del cargo, y se sospecha un quiebro final a favor de la
candidata Cospedal, aunque, ya se sabe, el ego a veces ciega a los hombres y
lleva su barca hacia las rompientes.
Quedan otros dos candidatos José Ramón García Hernández,
autoproclamado líder del ala liberal del partido, pero con un penetrante tufo a incienso, y, José Luis Bayo, ex líder de
Nuevas Generaciones y enemigo natural del cada vez menos consistente Casado,
empeñado en hacernos creer sus mentiras repetidas con desparpajo parecido al
que lució Cifuentes hasta su caída.
Quedan para el final Alfonso Alonso, malogrado antes de
nacer como candidato y, también del norte, el exministro Íñigo de la Serna que,
al filo de la campana, podría anunciar hoy su candidatura de última hora.
Diez negritos que, como en la vieja canción de cuna,
atragantados unos, enredados en pleitos otros o enfermos de soledad fueron
desapareciendo hasta no quedar ninguno. A estas alturas creo que ya he perdido la cuenta. De lo qje estoy seguro es que todo es posible, incluso, que el décimo negrito, el último superviviente, quizá soño pata morir más tarde, sea el propio PP. Quién sabe cuál será el final de la
historia.
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