Cuesta creer que el partido que durante tantos años ha
tenido este país en sus manos haya dicho tan pocas veces la verdad. La
peripecia del PP ha sido una larga travesía que le ha llevado de mentira en
mentira a la conquista del poder en todos los niveles y sin el menor de los
escrúpulos. No hay más que ver quiénes son los dirigentes de este partido
nacido ya desde el poder de la fusión de los restos de la UCD y la Alianza
Popular del capital más rancio y adornado de la mayor parte de los tics del
franquismo, para disputar el poder a la socialdemocracia de Felipe González,
algo que sólo consiguió tras más de trece años, ayudado por los fantasmas de la
corrupción y del terrorismo, el de ETA y el de Estado, con un Aznar embigotado
y dialogante, necesitado como estaba del apoyo nacionalista que, hace no tanto,
no sólo repudiaba para sí, sino para los demás.
El PP nunca se ha caracterizado por su lealtad ni por poner
la verdad por delante. A nadie se le escapa que, cuando le ha convenido, ha
traicionado acuerdos discretos, incluso, en asuntos de Estado y nadie debería
ignorar que ha roto la baraja del consenso tantas veces como le ha convenido,
porque lo suyo ha sido pocas veces el bien común y sí muchas, demasiadas, la
conquista del poder que conlleva el acceso a las cuentas y, con ellas, al
tobogán de la corrupción y la propaganda, imprescindibles para perpetuarse en
él.
Visto lo visto, cabe pensar que el PP no ha creído en la
democracia y que, si ahora cree, si es que cree, es porque no le queda otro
remedio, aunque, como es evidente, no se siente nada cómodo en ella. El caballo
de batalla de los dirigentes populares en el gobierno del partido ha sido
siempre la unanimidad, la aclamación, el mensaje unívoco, emanado de su
presidente o quién sabe si de más arriba o más allá, porque lo que está claro
es que los intereses que ha defendido han tenido poco o nada que ver con los de
sus votantes, convenientemente aturdidos con los grandes mensajes de la patria,
la unidad, el terrorismo y, mientras la suya no fue tan evidente, la
corrupción.
Al PP, la moción de censura le pilló fuera de forma, con el
músculo democrático debilitado, si es que alguna vez lo tuvo. Es lo que tienen
los partidos que se mueven a toque de corneta, es lo que le pasó al PSOE hasta
que las beses se revelaron en unas primarias que su artrítico aparato nunca
quiso y que restituyeron a Pedro Sánchez en la secretaría general. Al PP, la
derrota de Rajoy le dejó noqueado, con un líder poco acostumbrado a no tener en
su mano todos los hilos del poder, especialmente el BOE y la propaganda, con
gran parte de sus dirigentes, nacionales y regionales, arrastrando el culo por
los banquillos de los tribunales, con problemas, incluso, para demostrar la
honestidad de sus abultados currículos y, ahora que se han acordado de
convocarla para las irremediables primarias que la mala cabeza de Rajoy y su
escaso amor ha trabajo ha dejado completamente abiertas, con una militancia
fantasma, difuminada en una cifra que siempre ha sido increíble, la de esos
ochocientos mil militantes que no aparecen, probablemente porque nunca han
existido.
Los militantes, para poder votar a uno de los seis
candidatos que quedan, necesitan inscribirse y estar al corriente de pago de
sus cuotas, y, ayer, cuando se cerró el plazo, apenas un cinco por ciento de
esos ochocientos mil, a lo sumo cuarenta mil, lo habían hecho, de modo que ese
partido de masas del que tanto había presumido la derecha no parece haber
existido nunca, otra falacia más de quienes han cabalgado sobre nuestras
espaldas, de mentira en mentira.
3 comentarios:
Muy bien expuesto ...
Saludos
Mark de Zabaleta
Excelente artículo Mark.
Un saludo.
Buen artículo.
Como dice el refrán: El tiempo pone a cada uno en su sitio. Ya era hora.
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