Antes de nada, es obligado dar las gracias a Albert Rivera
por no haber defraudado mis expectativas y haberse mostrado en el debate de la
moción de censura tal cual es, por haber dejado que, por una vez, sin la
estudiada contención con que se muestra en escenarios más cómodos y amistosos,
sin banderas, himnos ni martas sánchez, y así, enfrentado a la evidencia de su
actitud maniobrera, a su desesperación por haber perdido en apenas dos días el
prestigio demoscópico tan trabajosamente conseguido. sin toda esa protección
que da poner siempre una vela a dios y otra al diablo, se vio traicionado por
los nervios y cabreado y hasta lívido en ocasiones permitió que le viésemos el
culo, un culo ultra y egoísta que, a mí al menos, no me gustó ni un pelo.
Suponiendo que, no sólo a mí, sino a más gente le sucediese
lo mismo, sólo por eso, habría que dar por buena la moción, porque quien
avisa no es traidor y Rivera nos dejó avisados y bien avisados de lo que es capaz,
tratando de agarrarse a la desesperada al único socio posible que le quedaba
ayer en el Congreso, de una manera tan descarada, que fue desde los escaños
populares desde donde más se le abroncó, como en estos momentos le está
abroncando el portavoz popular, Rafael Hernando. Erró el tiro y debería pedir,
como la iracunda Reina de Corazones de Alicia, que les corten la cabeza a
esa legión de asesores que le rodean, por no haber sido capaces de anticipar
que iba a pasar lo que está pasando.
Pedro Sánchez acertó presentando su moción, una moción que
iba dirigida contra Mariano Rajoy, al que, a estas horas parece claro, acabará
desalojando a Rajoy de la Moncloa, pero que, también, va a tener la virtud
colateral de haber desenmascarado a Rivera y su Ciudadanos que, ahora, tendrán
que dejar el cómodo parapeto en que, como le recordó ayer Sánchez, se había
refugiado, promoviendo el enconamiento del debate nacionalista, ante la falta
de iniciativa política de Mariano Rajoy, su partido y su gobierno.
Ayer, Albert Rivera dejó de ser el hombre tranquilo de los
carteles y las vallas para deshacerse en gestos y palabras atropelladas, a
veces desesperadas, mendigando al PP, su enemigo hasta ayer, el apoyo para
impedir que las próximas elecciones que Ciudadanos quiere ya, las acabe
convocando Pedro Sánchez, ya desde la Moncloa, cuando estime oportuno, agotando
incluso la estéril legislatura inaugurada por Rajoy. Rivera pasará a la
Historia, así al menos lo deseo, como una víctima colateral de la corrupta
pachorra de Rajoy que, por no dejar, ni siquiera le deja ahora la púrpura del
liderazgo de la oposición que, no se sabe muy bien por qué, se había arrogado.
Solo y aparentemente aislado Rivera, nos queda por saber el
futuro de Mariano Rajoy y del Partido Popular, un Rajoy al que ayer, de golpe,
le afloraron todos los esqueletos que tenía escondidos en el armario.
entre ellos el de sus obstinados errores respecto a Cataluña, su política de
palo sin zanahoria para con el nacionalismo catalán que ha propiciado que en los
dos partidos nacionalistas catalanes y el vasco haya pesado más la aversión a
Rajoy que las diferencias ideológicas con los socialistas o con Podemos.
Ese y así lo dejó dicho el propio Sánchez ha sido el
pegamento que ha hecho posible el triunfo de esta moción. Una moción
absolutamente legítima y democrática, como acaba de señalar el propio Rajoy que
ha dividido el parlamento en dos bloques, uno formado por el PP y Ciudadanos,
espalda contra espalda y con las pistolas cargadas, dispuestas a disputarse el
territorio de la derecha, porque el centro ni existe ni ha existido, y el otro
bloque, mucho más dispar, con dos partidos progresistas al frente y una
amalgama de ideologías e intereses cruzados, en la que el mayor peso estará en
manos de los nacionalistas.
La moción que lleva a Pedro Sánchez a La Moncloa ha tenido
muchas virtudes. La primordial, la de sacar a Rajoy de La Moncloa, pero también
la de aclarar y dinamizar el panorama político de este país, corroído por la
corrupción y narcotizado y paralizado ante la deriva impredecible del avispero
catalán. Junto a esto y no es menos importante, está la posibilidad de
desmantelar el andamiaje de bloqueo legislativo, las leyes coactivas, la sequía
presupuestaria para políticas sociales y la odiosa manipulación informativa
levantada por personajes como el tabernario José Antonio Sánchez, que han
dejado a la fachada de democracia española prácticamente irreconocible.
Sin embargo, y lo tengo muy claro, la mayor virtud de esta
moción ha sido la de dejar al descubierto las miserias del PP y la actitud
tramposa e impaciente de Rivera. En definitiva, una bendita moción de doble
uso.
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