Vaya por delante que, hasta que le vi hace días en el
programa de Andreu Buenafuente, Màxim Huerta era, para mí que me cuido
"muy mucho" de consumir Tele 5, un perfecto desconocido que no dejó
de causarme una cierta simpatía, Dicho esto, reconozco también que la decisión
tomada por Pedro Sánchez hace una semana de hacerle ministro me sorprendió,
aunque quise ver en ella un intento de convertirle, dada su simpatía, una
especie de "relaciones públicas" del gobierno, siempre dispuesto a
personarse en los palcos, en acontecimientos deportivos o teatrales listo para
inaugurar exposiciones o a entregar premios a los héroes de la Cultura que, en
España, son doblemente héroes.
Sus razones tendrá Sánchez, me dije, y me dispuse a ir
descubriéndolas, entre otras cosas porque el modelo de ministro culto y
elitista no ha dado, por lo general, buen resultado en este país de leer poco y
pensar menos. Sin embargo, no he tenido tiempo de encontrarlas, porque el
pasado, cruel, ha venido a visitarle, demostrando a Huerta que el tiempo que
todo lo cura ni olvida ni ayuda a perdonar, y, de paso a recordar a Sánchez que
somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras. Y me alegra
que así sea, porque, si aplaudí al líder socialista por su firmeza ante las
trampas fiscales de Monedero, ayer me alegró que esa intolerancia para con la
dudosa ética del que entonces era uno de líderes de Podemos, haya servido
de vacuna contra la tentación de tolerar el más mínimo compadreo con la dudosa
ética de quienes utilizan o han utilizado la ingeniería fiscal a la hora de
pagar sus impuestos, que son los nuestros.
Tuvo razón ayer Huerta, a la hora de su airada, aunque la
quiso pasar por humilde, despedida, son muchos, demasiados añado yo, los que
han usado su método, el de crear sociedades interpuestas, para ahorrarse parte
de sus impuestos. Han sido muchos y mucho lo que, como urracas, han escondido
en su nido lo que debiera haber sido de todos, porque los impuestos, no me
cansaré de repetirlo, son la manera en que los estados modernos y democráticos
redistribuyen la riqueza que se genera en ellos, los impuestos sirven para que,
con parte de lo mucho que ganan algunos, llegue algo de ese bienestar al que
todos debemos aspirar a los muchos que, por su cuna o sus circunstancias, no lo
tienen.
Sin embargo, el hecho de que hayan sido muchas las urracas,
especialmente entre actores, deportistas, músicos, escritores o periodistas,
que han camuflado una parte de sus ingresos en esas sociedades, no es más que
un gesto egoísta que nada tiene que ver con la ética exigible a cualquiera,
pero aun más a quien se pone a las órdenes de un gobierno que tiene la defensa
de lo público como estandarte. Y es que, aunque les cueste creerlo, no todo lo
que se les paga por su actividad es suyo y, si creen que su trabajo vale más,
deberían reclamárselo al que les contrata y no escondérselo al Estado,
privándole de pagar con él las vendas, las medicinas y el instrumental de los
hospitales, las pizarras, los pupitres y los ordenadores de escuelas y
universidades, las carreteras, los aeropuertos y los trabajos de quienes, en
ellos, trabajan para todos nosotros.
Por todo ello, me parece muy bien que Huerta haya sido cesado
o se haya visto obligado a dimitir, lo que viene a ser lo mismo. Ha sido un
poco urraca con esos impuestos que son, si no de todos, sí para todos. Y
reconozco también que le doy un poco la razón en su revolverse contra quienes
calificó de jauría. Entre otras cosas, porque, en esa jauría que tan duramente
se ha empleado en su persecución hay muchas, demasiadas urracas que se han
llevado y se llevan a su nido lo que debería ser de todos.
1 comentario:
Muy interesante ...
Saludos
Mark de Zabaleta
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