Mi amigo Juan Cobos Wilkins se pregunta en su precioso y
último poemario "Para qué la poesía" cuál es la utilidad de esa
búsqueda de la belleza y la armonía en las palabras y, ahora, yo me permito
parafrasearle y convertir su hermosa pregunta en esta otra "Para qué las
encuestas".
Hace ya mucho tiempo que las encuestas sólo sirven para
hacer titulares y portadas. Hace demasiado tiempo que esas encuestas no sirven
al ciudadano, sino que se hacen de parte y se cuecen en la cocina de quien las
paga, obteniendo como resultado unos platos bien presentados, pero incomibles.
Las únicas encuestas válidas y, si no válidas, parecidas al
menos a la realidad han sido en Andalucía la que en su día elaboró el CIS y la
que ayer hizo a pie de urna el instituto Ipsos, para Canal Sur. En el resto,
para qué engañarnos, el resultado estaba incluido en la factura. Tanto es así
que, en un primer momento, la idea preconcebida de que Arenas iba a gobernar
por fin en Andalucía, se imponía en boca de los, a mi juicio, mal llamados
analistas.
Lo de ayer demuestra una vez más que los partidos políticos
y los medios de comunicación pretenden cambiar la realidad desde los despachos,
sin caer en la cuenta de que cada ciudadano, individualmente, tiene
discernimiento, dignidad y libertad suficientes como para imponer su realidad a
la política ficción con que se les ceba, un día sí y otro también, desde
portadas, pantallas y receptores.
Podría ocurrir, y de hecho ya ha ocurrido aluna vez, que los
votantes acudiesen a las urnas hipnotizados por letanías sobre corrupción,
desgobierno o falta de patriotismo, pero, las más de las veces, lo hacen
poniendo en uno y otro lado de la balanza los pros y los contras de su propia
realidad. Y eso es, precisamente, lo que ocurrió ayer en Andalucía, que la
mayoría social de izquierdas se impuso al señoritismo abochornante de un
candidato más que amortizado que, una vez más, la cuarta consecutiva, se ha
estrellado, con su discurso, tan vacío de contenido como repleto de gestos de
señorito, en el rompeolas de la realidad que son las urnas.
Malo hubiese sido que una de las regiones más castigadas por
el paro y más necesitada de lo social se entregase atada de pies y manos a la
ola azul que anega el resto del país. Pero el sentido común se impuso y, con
más o menso entusiasmo, con más o menos aprensión, la mayoría de los ciudadanos
ha dejado su voto en la izquierda, dejando su voto en la izquierda y dejando
con dos palmos de narices a quienes, desde los despachos, llevaban semanas
vendiendo la piel y el alma del oso antes de cazarlo.
¿Para qué las encuestas? Desde hace tiempo y
desgraciadamente, para, con la ayuda de ocultismo presupuestario y pirotecnia jurídico
mediática, tratar de domar sin éxito a tan rebelde realidad.
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