Miedo y tristeza. Un miedo al futuro y una enorme tristeza
por quienes ya están fuera de él que no tienen nada de románticos. Eso es lo
que siente una amiga que vive y trabaja en la Bahía de Cádiz, una de las zonas
más deprimidas de España, en la que miles de familias están al borde de la
desesperación. Y pueden ser más, porque, si cesa la actividad de los astilleros, el paro y la miseria se extenderán aún más. Por eso los trabajadores de lso astilleros han decidido cortar hoy los accesos a la ciudad que pretende conmemorar los doscientos años de una constitución que en su día, y para nuestro mal, despreciamos.
Ella conoce muy bien ese dolor y esa injusticia y sufre, porque su trabajo
consiste, y por desgracia sólo en eso, en dar un poco de esperanza a toda esta
gente expulsada por el sistema y abandonada a su suerte o, en el mejor de los
casos, a la de la engañosa caridad.
Son muchos los que ignoran, yo estaba entre ellos, que, en
este país de desequilibrios que, con la maldita burbuja inmobiliaria, llegó a
creerse una de las locomotoras de Europa, hoy, centenares de miles de
ciudadanos viven de los que les dan la familia, Cáritas, Cruz Roja u otras organizaciones.
Son muchos los que se echan al monte a buscar los espárragos, tagarninas u
otros tesoros de temporada que la naturaleza pone al alcance de quienes, tras
una dura jornada, "sacan" para pagar alguna deuda y comer caliente
dos o tres días. Son muchos los que diariamente comen pan duro o una olla
aguada. Son muchos los que, por dignidad, en pleno invierno siguen duchándose
con agua fría para presentarse un poco más aseados a una entrevista para un
trabajo que nunca llega.
Y, mientras ese es el triste paisaje de algunos rincones de
España, en otros la moqueta de los despachos y el aroma del cuero de los
sillones adormecen conciencias y ciega a los responsables de encontrar
soluciones para no tener que ver ni padecer tanta miseria.
No sé qué es lo que nos ha pasado para caer en este pozo en
el que nuestra clase política parece incapaz de salvarnos e insensible a tanto
dolor y tanta tristeza. Ni siquiera ya es preciso decir la verdad. Mucho menos
ser honrados.
En el mismo país, conviven quienes tienen que buscar o pedir
por la calle para pagar el billete del autobús que le permita hacer las que las
más de las veces resultan inútiles gestiones que le den la esperanza de
conseguir un trabajo o un subsidio con quienes cobran un sueldo, con el que
comerían caliente, dejarían de ducharse con agua fría, estrenarían una camisa
de vez en cuando y no tendrían que romper los zapatos cruzando de punta a punta
su ciudad, miles de ciudadanos.
Por qué no nos cuentan cuántos parados más ha creado el PP con
sus recortes y su reforma laboral, mientras los hermanos, cónyuges e hijos de
los "honrados", estrictos y recién llegados o no dirigentes populares,
Cospedal y Aguirre entre ellos, se colocan en los consejos de administración de
empresas "amigas" que esperan favores del Gobierno o en los puestos
de confianza que todo gobernante se reserva. Desde que han llegado no dado un
sólo ejemplo. Más bien al contrario, nos han regañado mientras les
"pillábamos" en feos renuncios.
Por todo eso mi amiga está triste y yo con ella. Pero
también tenemos miedo, porque se está metiendo demasiada presión a la olla. La
calle no puede soportar muchas más injusticias no tardará en incendiarse y se
sabe cómo empiezan estas cosas, pero no cómo acaban. La injusticia permanente
no lleva a nada bueno, porque el que no tiene nada que perder acaba dando un
salto en el vacío y en muchos hogares son ya demasiados los meses de hambre y
miseria. Y ya hemos pasado por ello. Esto acaba en inseguridad, terrorismo
iluminado y paraísos artificiales.
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