miércoles, 11 de enero de 2012

PACIENTES


Las consultas de los hospitales son uno de los escenarios, si no preferidos, sí habituales de mi vida, ya que con cierta frecuencia me veo obligado a visitarlas. Pues bien, en ellas, la sala de espera es exactamente eso: un enorme escenario en el que, desde una localidad más que de primera fila se nos permite asistir a una representación siempre igual y siempre distinta por la que desfilan toda una serie de personajes que podrían constituir el resumen de todos los personajes de esta sociedad.
Cuando uno acude tan rutinariamente y tan a menudo a las consultas y más si sabe como yo que la espera se puede demorar horas, renuncia a la compañía, ara no castigar a nadie con lo que uno mismo puede soportar solo. Es entonces, cuando los oídos y, en mi caso, los maltrechos ojos se abren a todas esas conversaciones, monosílabos y gestos que definen a todos y cada uno de los "colegas" de esa mañana.
Yo ya sabía y he defendido siempre que el mayor espectáculo que tenemos a nuestra disposición es la vida misma y que no hay como pararse a mirar y a escuchar qué está pasando a nuestro alrededor, porque no hay nada mejor que jugar a inventar historias con los fragmentos de vida que pasan delante de nosotros cuando estamos sentados en un banco de la calle, esperando al autobús, en un vagón de metro o en la sala de espera de una consulta médica.
Ese día, cuando, aburrido, tecleé a una amiga en el Facebook de mi teléfono la que me esperaba, ella me aconsejó que me dejase arrastrar por el espectáculo, porque, en él, iba a encontrar materiales para mi blog. No era necesario el consejo, pero lo agradecí y me puse ojos y oídos a la obra.
Lo primero que constaté es la enorme paradoja que supone llamar pacientes a quienes demasiado a menudo hacen gala de su impaciencia. A veces, se empeñan, con sus malos modos, en hacerle pagar su impotencia al personal sanitario que, al menos en el hospital que frecuento, se desvive supliendo con amabilidad y profesionalidad la falta de medios en que tienen que llevar a cabo su trabajo. Afortunadamente los pacientes impacientes, al menos los impertinentes, son minoría y casi nadie se suma a sus airadas cruzadas.
Al margen de estas inoportunas broncas, las dos o tres horas que paso sentado en esas incómodas sillas me sirven para ver lo terrible que es la vejez, lo duro que es tener que depender de familiares, amigos o personal contratado para acudir a las consultas. También me da para observar como tratan los años a las parejas, convirtiendo a algunas en un remanso de cariño y complicidad, mientras que, a otras las torna en una batalla sin tregua. Lo que sí está claro es que ellas, si no mejores enfermas, sí son pacientes más eficaces que se las saben todas y que en una sola mañana se hacen con todos los secretos del hospital.
A veces, cuando me aburro y me canso de observar esas caras que tanto se repiten en un servicio que recibe a tantos "crónicos", pongo atención a los nombres de quienes van siendo llamados por la megafonía y juego a imaginarme la edad del propietario del nombre, siguiendo esa ley no escrita que lleva a que los nombres, como los colores o el largo de las faldas, llegan por oleadas que acaban por sucumbir a una nueva. También dicen mucho los nombres de la nacionalidad de su propietario y os aseguro que desde que comenzó la crisis, los nombres de latinoamericanos han desaparecido casi por completo, lo que deja muy mal a quienes se han llenado la boca de acusaciones contra los inmigrantes, tildándoles de gorrones que vienen a nuestro país a saquear nuestro estado de bienestar. Pues bien, acabado el trabajo, se está acabando también su presencia en las consultas. Las horas de espera también dan para las emociones, especialmente, cuando quien aparece detrás de uno de esos nombres es un joven o un niño llenos de vida, para quienes acabas por desear toda la suerte que a ti te ha faltado, porque, al margen de todo lo dicho, la mayoría de los pacientes son pacientes y, sobre todo, son solidarios.
En fin, todo esto es sólo una parte de lo que se puede "disfrutar" haciendo el esfuerzo de abrirnos a nuestros semejantes. Os recomiendo que lo hagáis, porque es mucho más barato que la más barata de las televisiones y porque, sobre todo, enseña más de la vida que la mejor de sus series.


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2 comentarios:

Rodolfo Serrano dijo...

Lo comparto totalmente, como crónico que soy

Anónimo dijo...

Uno de los mejores, que son muchos, de los que has escrito.