Después de tantos años de sufrir, con conciencia o sin ella,
sus atormentadas maldades y, sobre todo, su negación de la alegría de vivir,
esa es la conclusión a la que he llegado: nos quieren infelices.
No puede ser de otra forma. No puede ser que a los niños
que, con la más lógica e inocente curiosidad, comienzan a explorar su cuerpo y
los misterios, muchos de ellos, esos sí, gozosos, que lo envuelven, sean
amenazados con el fuego del infierno, si no con terribles enfermedades. No
puede ser que se empuje a hombres y mujeres a morir entre terribles dolores,
cuando, hoy por hoy, la ciencia, enemiga de la superchería, facilita el
tránsito hacia la otra vida -o a la nada, quién sabe- con la calma de quien
sabe que el final va a ser un sueño.
Tampoco puede ser que un obispo, como el de Córdoba,
apartado durante décadas del mundo real se permita acusar a los colegios de
secundaria de su diócesis de incitar, al igual que el cine y los medios de
comunicación, a la fornicación. Resulta curioso que el tal Demetrio Fernández,
en su carta semanal a los católicos cordobeses, hable de la sexualidad
desordenada como de una bomba de mano ¿Será porque la suya no ha ido más allá
de estar entre sus manos?
Tampoco puede ser que esos que se hacen llamar Iglesia, con
mayúsculas, pretendan decidir con quién ha de ser feliz nadie. Por fin el TSJ
de Andalucía se ha sometido a la sentencia del Tribunal Constitucional,
desdiciéndose y declarado nulo el despido de Resurrección, una profesora de
Religión despedida por haber contraído matrimonio -civil, por supuesto- con un
divorciado. Una batalla ganada por la profesora que rompe con la absurda
injusticia de que el dios de los obispos se inmiscuya en los asuntos del césar,
porque, aunque la materia que enseñaba era la de Religión, el puesto de trabajo
y el salario dependían del Ministerio de Educación. Que yo sepa, la Real
Academia de Ciencias no decide sobre quién debe ser ni, mucho menos, sobre con
quién deben casarse los profesores de Química.
Insisto. Nos quieren infelices. Y nos quieren así porque
ellos lo son. Reprimen sus más naturales inclinaciones y pretenden que hagamos
lo mismo. Convierten algo que además de gozoso puede ser muy hermoso en algo
tortuoso y culpable, haciéndolo desde una doble moral y, sobre todo, con una
oscura intención de dominación desde la culpa.
Han escogido formar parte del "funcionariado" de
la iglesia católica y se creen con poder sobre la totalidad de los ciudadanos.
Han renunciado, para ello, a desarrollar su sexualidad y son, por ello, una
especie de castrati que pretenden que todos lo seamos un poco.
Son como esas mujeres de la Andalucía más oscura y más
profunda, de de Bernarda Alba, condenadas a la soltería para hacerse cargo de la vejez del padre.
Son infelices y pretenden que todos lo seamos.
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1 comentario:
En mi opinión les importa un comino si la gente es feliz o no, se trata de control, ejecer control para de esa manera tener poder sobre las personas y sobre los acontecimientos.
En cuanto a las mujeres que han vivido " La casa de Bernarda Alba" tengo mis serias dudas de que fueran infelices, quizas por experiencia propia, cuando era una chiquilla para estudiar estuve en un internado de monjas del cual solía arrancarme muy a menudo, cuanto podía a "fornicar" con mi novio, ambos jovenes y enamorados, hacíamos el amor como si se fuera a acabar el mundo, por eso no se puede saber lo que hacían esas mujeres, de echo mientras estuve en el convento ¡¡que manera de fornicar!!,a veces pienso que son los recuerdos mas hermosos de mi vida.
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