En cualquier contienda -y la vida es una sucesión de
contiendas- es primordial saber quién es el enemigo, algo que no siempre resulta
fácil y más si el enemigo es un monstruo insaciable que se alimenta de nuestros
miedos y nuestras miserias, mientras sentimos su aliento en nuestros cogotes
cansados ya de tanta humillación.
Acostumbrados como estábamos a localizar a nuestros
adversarios entre "los clásicos", nos hemos dejado embaucar por la
marea liberal que ha sabido implicarnos en su juego, borrando de nuestro
pensamiento el orgullo de clase que tan lejos llevó a la izquierda en otros tiempos.
Ese es el mayor pecado de la izquierda en los últimos
tiempos. Haber sido capaz de avergonzarse de lo que más debería enorgullecerla,
como lo son la búsqueda de la justicia y la solidaridad. También, haber
pretendido aplicar a la contienda por el poder las mismas reglas que se aplican
a la venta de un detergente o un refresco, haber difuminado las señas de
identidad de la izquierda para no provocar rechazo en esa gran masa acobardada y
ventajista que huye de cualquier cambio que perturbe su fin de semana de sofá y
centro comercial.
La izquierda se ha dejado demasiados jirones de su piel en
ese afán de mimetizarse con ese ciudadano indeterminado y gris. La izquierda ha
apartado su mirada de los problemas cotidianos de los barrios y los centros de
trabajo, la izquierda de ha desdibujado y se ha desmovilizado entre los halagos
de la banca y los aliados de fuera, convirtiéndose en un tigre reumático al que
le cuesta ya salir de su cómodo refugio para cazar y defenderse.
Lo hicieron muy bien Tatcher y sus muchachos. Vendiendo a
los desfavorecidos unas viviendas que, por humildes que fuesen, constituían un
derecho, consiguieron convertir a Cenicienta en una princesa soberbia e
inconsciente, que no tardó en volverse un juguete del príncipe y sus lacayos.
Hicieron creer a los de abajo que los de arriba eran los suyos. Y no era
cierto.
Por eso reconforta escuchar discursos como el del líder socialista
francés, François Hollande que que ha dicho alto y claro que su adversario es
el sistema financiero, para el que propugna una reforma radical. Ojalá les vaya
bien a él y a los franceses. Ojalá Francia vuelva a ser el escenario de otra
victoria contra la tiranía que ya no gasta pelucas empolvadas, sino yates,
coches caros y otros lujos que no son más que un insulto a sus víctimas.
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