Para todos nosotros, acostumbrados a las historias de heroísmo
en el mar, escuchar la conversación entre "il capitano" Francesco
Schettino y las autoridades de Tráfico Marítimo italianas resulta más que
inquietante. El comportamiento de este capitán no es lo que podríamos esperar
de hacer caso a lo que en los libros y en la vida real dicen las leyes del mar,
aquello de que "el capitán es el último en abandonar el barco".
Es desolador saber que este señor, entrenado para algo más
que compartir la cena de gala con el pasaje de su nave y, presumiblemente, con
una larga carrera a sus espaldas dejó abandonados a su suerte a seres humanos
aterrorizados e indefensos. Quizá ese desprecio -o cobardía, quién sabe- tenga
que ver con el hecho de que, en estos tiempos, una o dos semanas a bordo de un
crucero están al alcance de cualquier jubilado o joven empleado, y, claro,
tratar con gente tan vulgar desanima al más pintado.
Sin embargo, tampoco debería extrañarnos tanto el
comportamiento de Schettino. Sin uniforme y sin galones estamos cansados de ver
de ver schettinos que abandonan administraciones y empresas, dejando " a
bordo" y abandonados a su suerte a decenas, si no centenares o miles de
trabajadores, mientras ellos se retiran con sus bonus y sus pensiones de mareo
y el uniforme de persona respetable impoluto y recién planchado.
Ahora, este "capitano" está bajo arresto domiciliario, a la espera de que se le exijan las responsabilidades que sin duda tiene. No estaría de más que se hiciese otro tanto con los muchos capitanos que andan por ahí hundiendo empresas.
En fin. No corren buenos tiempos ni para la lírica ni para
las buenas costumbres.
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