Las consultas de los hospitales son uno de los escenarios,
si no preferidos, sí habituales de mi vida, ya que con cierta frecuencia me veo
obligado a visitarlas. Pues bien, en ellas, la sala de espera es exactamente
eso: un enorme escenario en el que, desde una localidad más que de primera fila
se nos permite asistir a una representación siempre igual y siempre distinta
por la que desfilan toda una serie de personajes que podrían constituir el
resumen de todos los personajes de esta sociedad.
Cuando uno acude tan rutinariamente y tan a menudo a las consultas
y más si sabe como yo que la espera se puede demorar horas, renuncia a la
compañía, ara no castigar a nadie con lo que uno mismo puede soportar solo. Es
entonces, cuando los oídos y, en mi caso, los maltrechos ojos se abren a todas
esas conversaciones, monosílabos y gestos que definen a todos y cada uno de los
"colegas" de esa mañana.
Yo ya sabía y he defendido siempre que el mayor espectáculo
que tenemos a nuestra disposición es la vida misma y que no hay como pararse a
mirar y a escuchar qué está pasando a nuestro alrededor, porque no hay nada
mejor que jugar a inventar historias con los fragmentos de vida que pasan
delante de nosotros cuando estamos sentados en un banco de la calle, esperando
al autobús, en un vagón de metro o en la sala de espera de una consulta médica.
Ese día, cuando, aburrido, tecleé a una amiga en el Facebook
de mi teléfono la que me esperaba, ella me aconsejó que me dejase arrastrar por
el espectáculo, porque, en él, iba a encontrar materiales para mi blog. No era
necesario el consejo, pero lo agradecí y me puse ojos y oídos a la obra.
Lo primero que constaté es la enorme paradoja que supone
llamar pacientes a quienes demasiado a menudo hacen gala de su impaciencia. A
veces, se empeñan, con sus malos modos, en hacerle pagar su impotencia al
personal sanitario que, al menos en el hospital que frecuento, se desvive
supliendo con amabilidad y profesionalidad la falta de medios en que tienen que
llevar a cabo su trabajo. Afortunadamente los pacientes impacientes, al menos
los impertinentes, son minoría y casi nadie se suma a sus airadas cruzadas.
Al margen de estas inoportunas broncas, las dos o tres horas
que paso sentado en esas incómodas sillas me sirven para ver lo terrible que es
la vejez, lo duro que es tener que depender de familiares, amigos o personal
contratado para acudir a las consultas. También me da para observar como tratan
los años a las parejas, convirtiendo a algunas en un remanso de cariño y
complicidad, mientras que, a otras las torna en una batalla sin tregua. Lo que
sí está claro es que ellas, si no mejores enfermas, sí son pacientes más
eficaces que se las saben todas y que en una sola mañana se hacen con todos los
secretos del hospital.
A veces, cuando me aburro y me canso de observar esas caras
que tanto se repiten en un servicio que recibe a tantos "crónicos",
pongo atención a los nombres de quienes van siendo llamados por la megafonía y
juego a imaginarme la edad del propietario del nombre, siguiendo esa ley no
escrita que lleva a que los nombres, como los colores o el largo de las faldas,
llegan por oleadas que acaban por sucumbir a una nueva. También dicen mucho los
nombres de la nacionalidad de su propietario y os aseguro que desde que comenzó
la crisis, los nombres de latinoamericanos han desaparecido casi por completo,
lo que deja muy mal a quienes se han llenado la boca de acusaciones contra los
inmigrantes, tildándoles de gorrones que vienen a nuestro país a saquear
nuestro estado de bienestar. Pues bien, acabado el trabajo, se está acabando
también su presencia en las consultas. Las horas de espera también dan para las
emociones, especialmente, cuando quien aparece detrás de uno de esos nombres es
un joven o un niño llenos de vida, para quienes acabas por desear toda la
suerte que a ti te ha faltado, porque, al margen de todo lo dicho, la mayoría
de los pacientes son pacientes y, sobre todo, son solidarios.
En fin, todo esto es sólo una parte de lo que se puede
"disfrutar" haciendo el esfuerzo de abrirnos a nuestros semejantes.
Os recomiendo que lo hagáis, porque es mucho más barato que la más barata de
las televisiones y porque, sobre todo, enseña más de la vida que la mejor de
sus series.
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luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
2 comentarios:
Lo comparto totalmente, como crónico que soy
Uno de los mejores, que son muchos, de los que has escrito.
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