Resulta difícil explicarles a los trabajadores de Spanair
que no quedaba otro remedio que el cese de operaciones de la compañía pero creo
que sería aún más difícil mantenerlas con dinero público, de la Generalitat de
Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona, mientras e cierran quirófanos, se
recorta el combustible a los bomberos o la comida a los detenidos y se recortan
los salarios de los empleados públicos o se aumenta su jornada laboral.
No es bueno que 2.500 trabajadores se vayan a la calle, pero
no es mucho mejor enterrar dinero público en el sueño de que una compañía aérea
tenga Barcelona como base de operaciones. No está el horno para bollos ni el
cuerpo para prestigios, cuando, en muchos casos, lo que necesita es lo mínimo
para subsistir.
¿Cuántas aventuras de este tipo no se habrán emprendido en
la España alegre y confiada de los últimos años? ¿Cuántos aeropuertos para
cazadores, para mafiosos listillos o para que un caique autoritario y
megalómano plante una escultura de veinte toneladas en que poner su cara dura
que, de momento, sólo ven los conejos que corren por las pistas?
En contra de lo que se nos ha dicho en estos años, el
prestigio no da de comer ni crea puestos de trabajo. Sí da votos a quien lo
esgrime para conseguir unos cuantos votos de descerebrados que prefieren
presumir de cocha grande antes que dar de comer decentemente a sus hijos.
Es terrible que unos cuantos miles de viajeros y
trabajadores paguen con molestias o con la tragedia del paro, pero debería
saber de escarmiento para quienes aprueban con su voto a quienes dilapidan el
dinero público en machadas que a nada conducen.
Se puede pensar que el destino de los 2.500 empleados de
Spanair es apenas una anécdota frente a los cinco millones trescientos mil
parados que tiene ya nuestro país. Pero no es así. Es sólo una foto más de la
tragedia que estamos viviendo y que ya alcanza a uno de los mayores, si no el
mayor, imperios económicos de este país como es El Corte Inglés.
Los españoles nos hemos quedado sin dinero o tenemos miedo
de gastar el que nos queda y si no se consume no se vende y si no se vende no
se repone y si no se repone no merece la pena producir. La derecha que ahora
nos gobierna anda ya preparando el terreno para resucitar la construcción que,
lo siento, sólo puedo ver como especulación y corrupción.
¿Qué pretenden? ¿Vender las riquezas naturales del país
-playas, montes y zonas protegidas- por metros cuadrados a los jubilados
alemanes para que una legión de trabajadores en condiciones cercanas a la
esclavitud les retiren las basuras y las caquitas? Si es así que lo hubiesen
dicho. Yo tampoco les hubiera votado, pero quienes lo hicieron sabrían a dónde
iban.
Lo malo de la suspensión de operaciones de Spanair no es que
sus aviones se queden en tierra. Lo malo es que esa tragedia personal es sólo
un síntoma más de que, pese a las magulladuras, aún no hemos concluido nuestro
aterrizaje forzoso.
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