Hoy que nos bombardean y nos bombardearan con la segunda
entrega de las memorias de José María Aznar, es un buen día para hablar de las
basuras, de esas basuras que nuestra sociedad ha prendido a, si no destruir, si
ocultar y, en algunos casos, esconder. Esconder esa basura, que a veces es
material y otras metafórica, cuesta mucho dinero, pero, como en todo, hay
quien ha aprendido a vivir de ella.
Qué curioso que hoy, el día elegido por Aznar y la
editorial Planeta para sacar a la luz el libro que pretende justificar todo,
desde la guerra de Irak hasta la paranoia por la que unió a tres días de unas
elecciones el 11-M y ETA, las calle de Madrid se llenen de empleados de la
limpieza viaria de la ciudad de la que, por una carambola perfectamente
calculada, es alcaldesa, nefasta pero alcaldesa, la esposa de quien, con
argumentos hediondos como la basura, nos metió en la guerra de Irak y nos
puso en el punto de mira del islamismo más intransigente y radical.
Curioso también que la alcaldesa, en lugar de escuchar el clamor de los mil y
pico empleados de la limpieza que se irán a la calle, haya decidido pasar el
día en Berlín, no en un spa, sino participando en los actos con que se
conmemora el primer cuarto de siglo del hermanamiento de Madrid con la capital
alemana. Qué paradoja: Madrid cada vez más pobre y sucio, mientras su alcaldesa
saca brillo a su enmohecido prestigio a miles de kilómetros de aquí.
Aún recuerdo aquellos tiempos en que los traperos recogían
la basura en las casas, puerta por puerta, cargados con aquellos enormes
serones en los que volcaban los cubos de cinc, forrados con papel de periódico,
para llevarse tan oloroso botín en sus carros tirados por caballerías hasta el
lugar en que, con esmero practicaban el más humilde y verdadero de los
reciclajes. Eran dignas de ver aquellas caravanas de carros, de madrugada, o
no, camino de los vertederos en las afueras de Madrid que hoy son, muy probablemente,
las colinas de algunos de nuestros parques.
En aquella época, no se pagaba por la recogida -a lo sumo un
aguinaldo- y, en las calles, la basura se acumulaba, salvo que
vecinos y comerciantes se encargasen de recogerla. A veces, lo que hacían era,
simplemente, trasladarla., De hecho, yo vivía, vivo todavía, aunque ya es otra
cosa, en un bloque a cuyas espaldas llevaban los comerciantes del mercado
que tengo enfrente, los restos irrecuperables de su mercancía. Por eso yo desde
la terraza que quedó tras el techado de unos patios que se llenaban de las
basuras del mercado, la misma en la que hoy crece mi olivo, mis hortensias,
jazmines, rosales y calamondines, cuando caía la tarde, escuchaba y veía
correr, por aquel maloliente estercolero en el que a veces jugaba, ratas
grandes como conejos.
Hoy las cosas han cambiado. Las necesidades de higiene de
una ciudad que crecía y crecía y que tenía sus límites cada vez más lejos
obligaron a cambiar el sistema y ponerlo bajo el control del ayuntamiento a
cambio no recuerdo si de tasas o de impuestos. Con el tiempo, la recogida se
fue privatizando en manos de empresas ad hoc que derivaron en imperios,
uno de los cuales es ya, en parte, propiedad de Bill Gates. Fue en ese momento
cuando las dos basuras, la material y la no menos real, aunque metafórica.
Basuras y política, y, a veces, basuras, política y mafia. Grandes
contratos y favores. Financiación, puestos en consejos de administración...
allí comenzó todo esto que hoy ha derivado en las contratas cada vez más
estrechas, con menos plantilla y peor servicio que coindicen al desastre
actual, que ha derivado en el despido de uno de cada cinco trabajadores.
Fuimos muchos los que creímos que las cosas cambiarían
en democracia. Y no fue así, porque el olor de las basuras también subió
al despacho del alcalde Tierno Galván. Fue el primer escándalo de la joven
democracia o así lo recuerdo. Un concejal socialista, Alonso Puerta, se opuso
a la oscura concesión de la contrata de recogida de las basuras en la ciudad
de Madrid. Puerta fue expulsado del partido, denigrado y relevado del
partido.
Fue el primer aviso. Más tarde vendrían las rebajas de
impuestos, avaladas también por los socialistas que desembocan
irremediablemente en la descapitalización, también humana de los servicios que
reciben los ciudadanos. Y en esas estamos hoy, adjudicando a precios
increíbles unas contratas cuyas condiciones se convierten en imposibles de
cumplir, lo que deriva en peores servicios, peor empleo, aunque no para los
políticos encargados de adjudicarlos, a los que, en la política o fuera, les va
cada vez mejor.
Hasta que alguien no nos explique claramente, y los ciuddanos lo entendamos, que las bajadas de impuestos suponen más empobrecimiento para quienes menos tienen y enriquecimiento codicioso para los que tienen más, que, por cada euro que rebajan en la declaración de la renta a los del escalón inferior, les restan miles a los más ricos y que todos, incluso los que no ganan ni para hacerla, vamos a perder en servicios y en la calidad de los mismos... hasta que no seamos consciente de que la cosa es así y de que si un servicio es imprescindible debe quedar dentro de la administración, como lo está, por ejemplo, la policía, estaremos perdidos y ellos cabalgarán sobre nuestra desgracia.
Basura y política o basura, política y mafia. Una
combinación hedionda, capaz de hacernos volver la mirada, aunque no siempre sea
lo que debeos hacer.
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