Hoy lunes, fecha en que se conmemora el Día
Internacional por la Erradicación de la Violencia de Género, amanecemos con el
recuerdo del horror vivido ayer en Torrelaguna, el pueblo madrileño en el que
ayer, una vez más, un energúmeno asesinó a quien había sido su pareja y era la
madre de su hijo. Y, si lo hizo fue, fundamentalmente, porque nadie se le
impidió. Creo que al margen de campañas informativas más o menos efectistas,
más o menos eficaces, la solución que permita poner fin a esta terrible forma de
terrorismo, a esta lacra social, está en la educación, en enseñar a nuestros
hijos a respetar a sus hermanas, a sus compañeras y a sus vecinas como
iguales, y en enseñar a vuestras hijas a hacerse respetar, siempre y por todos.
Es mucho lo que hay que cambiar y no basta con atajar los
brotes de violencia cuando un hombre le levanta la mano a una mujer.
Hay que actuar antes. Antes incluso de que le levante la voz, la
primera vez que nos enteremos de que se siente con derecho a decidir cómo han
de vestir o con quién hablan o salen, qué ven, qué leen, no sólo la mujer,
la compañera o la novia, sino, también, las hijas o hermanas.
Conseguir que nadie, porque tenga entre las piernas algo
distinto de lo que tienen ellas y por muy orgulloso que se sienta de ello, se
crea por encima de una mujer, de las mujeres es algo que se consigue desde la
cuna, algo difícil en lo que tenemos que participar todos. Algo contra lo que,
quienes hemos nacido en otros tiempos, quienes de niños nos dábamos de bruces
en la peluquería con los crímenes pasionales de EL CASO, quienes escuchábamos
en las bodas eso de "compañera te doy", como si la mujer no fuese
tal, sino una res, quienes hemos crecido entre el machismo y para el machismo,
algo que tenemos que luchar por erradicar de nuestras mente y de nuestras
vidas.
Tenemos que luchar contra todo esto educando a nuestros
hijos e hijas desde la igualdad, mezclados en las aulas, comprobando que, tanto
ellos como ellas, aunque diferentes son iguales. Y ayudándoles a entender
esas diferencias, no como privilegios o limitaciones, sino como complementos.
También en los hogares, pero sabiendo que, en ausencia de esa formación que
debería darse en casa, se hace necesaria la que, desde la escuela, garantice un
mínimo universal de conocimiento del derecho a la igualdad.
Pero vamos por mal camino, porque, desterrada la asignatura
Educación para la Ciudadanía de las aulas, quieren que impartan ese
aprender a convivir tan necesario quienes son capaces de publicar un panfleto como
"cásate y sé sumisa". Queda mucho por hacer y ese no es el camino,
porque ese camino considera sagrada la unión entre hombre y mujeres y considera
a la pareja mujer como una gracia concedida por un ser supremo de dudosa
existencia, No como una igual. De ahí vienen tan terribles comportamientos como
el de consentir que a una mujer se la desprecie, se la humille y se la aísle
como paso previo hacia esa terrible forma de esclavitud en que algunos
convierten la vida con la pareja antes de ejercer a la violencia física sobre
ellas.
Cuando esta mañana he escuchado al alcalde de Torrelaguna
que este último asesinato se veía venir, porque el cobarde asesino no respetaba
las órdenes de alejamiento, hasta doce, y porque en los bares no se cansaba de
anunciar lo que acabó haciendo ayer, no he podido por menos que sentirme
culpable de pertenecer a una sociedad que no impide que sucedan estas cosas,
las amenazas, los insultos, ni denuncia hasta que ya es tarde y sólo queda
lamentarse. No basta, aunque es bueno hacerlo, con concentrarse en las plazas
unos minutos en silencio. El crimen machista de Torrelaguna es una historia que
se repite, pero... ¿Hasta cuándo?
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