Ya está. Recatados. Al parecer, ya hemos salido de la cuerda
de presos organizada por la Unión Europea, esa cuerda formada por unos cuantos
países, atados unos a otros y vigilados estrechamente por el tremendo
delito de haber creído en las promesas redentoras de una Europa libre,
democrática e igualitaria, por haber llegado a pensar que en esa Europa soñada,
estaríamos a salvo.
Nos cuentan, llenos de satisfacción que lo hemos logrado,
que ya no hay peligro y a mí me cuesta creerlo, porque, para, en el camino, nos
han cargado de cadenas y nos han desollado la piel, amén de
haber soportado todo tipo de mofas e insultos por parte de
quienes consintieron alegremente nuestro sueño, porque ese sueño les
beneficiaba. Nos dicen liberados y, cuando me miro, veo que sí, que les han
quitado las ataduras a los que nos servían de guía en el viaje, pero que
nosotros seguimos con las manos atadas y con las mismas heridas.
Dicen que ya estamos libres -nunca he sabido si lo somos o
si lo hemos sido- y no m lo noto. Miro a mi alrededor, oigo a la gente que me
rodea y veo a ancianos renunciar en la farmacia a medicamentos que les han sido
prescrito, "ya cogeré lo otro, que ahora no llevo", dicen, y no
vuelven a la farmacia hasta que les llegue la pensión; oigo los sábados a
madres de familia camino del mercado, después de haber trabajado toda
la semana, hablar de los veinte euros con que tienen que "apañar"
la compra, las oigo hablar de pasta, leche, de la barata, tomate, aceite, de
girasol y de marca blanca, por supuesto, me fijo en su ropa y en la de sus
hijos, de la temporada pasada como mínimo; me entero de lo que cobran los
estigmatizados empleados de la limpieza, difamados por la alcaldesa,
cumplidores con su nada agradable trabajo y ahora en huelga, porque no quieren
verse en la calle o con un salario, 570 euros, que más que salario es un
insulto; veo a gente, lo conozco de cerca, que cruza la ciudad a pie
para acudir a ese trabajo esporádico que le permite ir tirando, porque no
gana para pagarse el metro o el autobús y hay gastos irrenunciables a los que
hacer frente; veo niños que vuelven cansados del colegio porque, probablemente
no han desayunado ni comido como debieran; veo a matrimonios jubilados que,
cuando debieran estar en el parque o paseando, acuden al domicilio de
alguno de sus hijos con la compra hecha para cocinar y atender a los nietos que
no pueden quedarse a comer en el colegio... veo en fin a toda una sociedad que
con dignidad y resignación, quizá demasiada, soporta un castigo
inmerecido por las culpas de quienes llevaron este país al desastre y ahora se
cuelgan la medalla de haberlo salvado del rescate.
Nos han rescatado, dicen, y somos nosotros los que hemos
puesto y pondremos el dinero para remendar los costurones que dejaron en bancos
y cajas personajes tan inútiles y codiciosos como ese Rodrigo Rato que responde
retador, como un matoncillo de barrio, a la pregunta de un diputado que
quería saber si sentía miedo -¿de usted? contestó con descaro- antes de
permitirle aclarar que por el miedo que preguntaba era por el de verse como la
gente a la que su gestión a arruinado la vida. Somos nosotros quienes, con
nuestros impuestos, vamos a tapar los agujeros dejados allá donde teníamos
nuestros ahorros, mientras ellos, los responsables, disfrutas de chalés, yates
y viajes, pagados con todo lo que saquearon.
Dicen que nos han rescatado, cuando en realidad lo que han
rescatado ha sido su negocio. Por eso, cuando les escucho decirlo, me hago esta
pregunta y espero que no me responda un Rodrigo Rato airado ¿y a mí, a nosotros, quién nos rescata?
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