Quien más y quien menos ha tenido un erasmus en la
familia y, por eso, quien más y quien menos sabe de sobra lo que cuesta enviar
a un hijo o a una hija a estudiar a un país europeo, por muchas ayudas que
reciba de la Unión Europea o del Estado Español. Por ello, este verano, miles y
miles de universitarios españoles han trabajado sirviendo copas y
paellas en playas y ciudades o cubriendo turnos de vacaciones en comercios y
fábricas, para ahorrar lo suficiente como para poder mantenerse más o
menos dignamente a lo largo de los cinco o seis meses que va a durar su
estancia en la universidad o centro educativo elegido. Y es que, no lo
olvidemos, los erasmus, en contra de lo que se empeñan en hacernos creer éste y
anteriores gobiernos, no sólo beben y se divierten, algunos ni siquiera pueden
hacerlo, sino que también comen, duermen y se ponen enfermos, lo que, para su
desgracias, cuesta dinero.
En esas circunstancias, para muchas familias, cualquier
ingreso era fundamental y se sumaba a un esfuerzo que se
consideraba irrenunciable y, si así se consideraba, era porque nos habían
enseñado lo importante que es para cualquiera salir al extranjero, aprender
idiomas, adquirir conocimientos, hacer currículo y, por qué no, relaciones y
amigos. Y es cierto. Muchos españoles de mi generación salieron a Europa con el
Interrail, gracias a él cruzaron el continente, visitando capitales,
disfrutando del arte, la cultura y las gentes de muchos países, durmiendo
en trenes y albergues, y volvían a España mucho más maduros y libres que se
fueron. Cargados de direcciones y teléfonos de media Europa que, al final,
acaban siendo siempre un tesoro.
Antes, cuando el ministro Wert estudiaba, eso sólo estaba al
alcance de las "buenas familias", esas en las que el solomillo, como
diría Iñaki Gabilondo, el solomillo entraba desde hacía generaciones. Así, en
universidades como la de Lieja, en la Sorbona o en otras menos vistosas de
París, o en Alemania, se formaron muchos profesionales que hoy tienen más de
cincuenta años. Eran las castas, esas castas que el PP, y especialmente su
ministro, quieren reimplantar. Y la prueba de que estamos hablando de castas está en que la secretaria de Estado de Educación, Montserrat Gomendio, que tan buena sintonía tiene con su amigo y ministro, decía que esos cientos de euros no son determinantes para que los que quieren ser erasmus se decidan o no a partir. Lo dice ella, claro, quizá porque tiene un patrimonio de quince millones de euros... o sea, habla la casta.
Tomar como ha tomado, a escondidas, la decisión de dejar sin
la parte española de la beca Erasmus a la mayoría de os estudiantes que
ya están en sus destinos europeos, muchas veces después de un esfuerzo
académico y económico, privándoles de ochocientos o más euros vitales para
continuar el curso, es de una crueldad inaudita e innecesaria. Es como
sentarles a la mesa, con el menú comprado y cocinado por todos, para luego
mandarles a comer a la cocina. Sinceramente creo que es eso. Creo que lo que
quiere Wert es reimplantar las castas. Y que lo hace porque no soporta que haya hijos
de trabajadores, titulados cómo él y los suyos que puedan lucir en su currículo
haber estudiado algún curso en facultades de prestigio.
A veces pienso que Wert es una especie de mono loco o un
toro furioso, encerrado en su despacho, incapaz de hacer otra cosa que
sembrar el mal y el desconcierto. Sin embargo, otras, creo que lo suyo es serio
y meditado, que lo que pretende es animar las dormidas aulas de las
universidades españolas para revivir el ambiente de los últimos años del
franquismo, quizá porque no tuvo oportunidad de sentirse libre entonces, de disfrutarlo.
A veces creo que este ministro se ha propuesto entrar en la Historia por su cerrazón, por su egoísmo y su soberbia. El suyo es un ministerio cargado de competencias -educación, ciencia, cultura...- y está consiguiendo levantar a todos y cada uno de los sectores. No sé si por torpeza o por soberbia, está dando largas zancadas hacía el vacío y lo malo es que las está dando sobre las costillas de los ciudadanos. Un tipo impredecible y nada sensato, incapaz de reconocer errores o dar explicaciones razonables de sus decisiones, Parece como si las tomase al tuntún, como si improvisase en una loca huida hacia adelante, sin calcular daños ni consecuencias.
Pero este ministro, excéntrico y faltón, no es el único culpable de los males que provoca, porque no es sólo él quien parece pretender que esto
estalle en mil pedazos, y, por desgracia, no sólo en la universidad. Bien es verdad que Rajoy debe tenerle aprecio, porque, como fiel peón de su cuadrilla, más de una vez le ha quitado de encima el peligroso toro de Bárcenas, pero algún día saltara por los aires el estropicio que está haciendo. O eso o. simplemente, cumple todos y cada uno de los pasos de un plan para devolver la educación española a los años sesenta. Parece
como si quisiera, como si quisieran, provocar una gran revuelta social que justificase vete a
saber qué. Desde luego, la última de Wert es de ser muy torpe o muy perverso,
porque no parece claro lo que pretende, ni que le pasa. A este paso van a dejar
de saludarle, no ya en los colegios o en las entregas de premios, también en el
partido y en casa.
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