Pues sí, y quién me lo iba a decir, echo de menos a Aznar.
Me falta ese vigía de Occidente con melena que aprovecha la más mínima
oportunidad para abroncar a diestro y siniestro, a tirios y troyanos, por no
tener suficiente firmeza, valentía o lo que sea, con tal de aparecer ante los
ojos de los ciudadanos incautos, como ese caudillo justiciero y omnisapiente
que le gusta encarnar.
Le echo de menos -y los dioses me perdonen tan suicida
añoranza- porque no me explico cómo aún guarda silencio ante un comportamiento
tan torpe y errático como el de Ana Botella, su esposa, madre de sus
hijos, suegra de su acaudalado yerno, e inspiradora de aquella su decisión
de entrar en política, tomada en los primeros años de democracia en aquel
destino en la delegación de Hacienda en Logroño.
¿Por qué no dice nada? ¿Por qué no "regaña" a su
esposa como regaña a todo bicho viviente? ¿Por qué no le reprocha, él que
tanto presume y presumió de su imagen y el valor que se da a su
opinión por el mundo? ¿Por qué calla ahora, el que iba a sacar a
España del rincón de la Historia en que dormitaba? ¿Es que no se ha dado cuanta
del inmenso daño que está haciendo esta mujer, la suya, a Madrid, que
desde que heredó con malas artes el cargo, aupada con su ayuda a un puesto que
le queda, no ya grande, sino grandísimo? ¿Por qué él, tan teatrero, no le
paga unas clases de oratoria a esta mujer siempre sobreactuada, con ese tono de
tía soltera regañando a sus sobrinos, para que nos ahorre la vergüenza de
escuchar con qué ridículo soniquete y manoteo declama sus discursos, más
propios de fiesta de fin de curso en un colegio infantil que
de la persona que ha de gestionar los dineros y los servicios a los
ciudadanos de una ciudad como Madrid?
Con su ayuda, Madrid pasó de ser la capital de la noche
divertida a serlo de la tragedia y de la inseguridad de sus espectáculos. Con
su ayuda, Madrid perdió el último tren a unos huegos olímpicos y, ahora, a
colocarse en lo más alto del podio de la suciedad. ¿No es extraño que su
"Josemari" no haya caído en la cuenta de todo esto? ¿No es clamoroso
ese silencio?
De todos modos, lo que más me indigna es que quien se
dice salvador de España y los españoles no haya dicho nada cuando más de un
millar de trabajadores están a punto de perder sus empleos. Lo más indignante
es que nadie haya dicho nada de su situación. Ni el menor gesto de preocupación
por el futuro de esos centenares de madrileños. Ni una palabra sobre las
molestias ocasionadas a quienes tienen dificultades de movilidad, por la trampa
en que se está convirtiendo la ciudad por la cerrazón de un ayuntamiento que
sabe perfectamente que la contrata con que adjudicó la limpieza viaria es inasumible.
A la alcaldesa sólo le preocupa la perdida de turistas o los
daños a los comerciantes. Y tiene cuajo como para mantenerse enrocada como las
empresas adjudicatarias y reaccionar con lo único que parece entender y que
debió heredar de su tío José, de infausta memoria como decano de la facultad de
Medicina de la Universidad Complutense en los últimos años del franquismo,
tiempos en los que los abiertos de los "frises" y sus caballos eran
el paisaje habitual fuera, y a veces dentro, de las facultades.
Josemari debería decirle algo, porque ella solita, con su
enorme torpeza, está arruinando la falsa imagen de gestión eficaz que se
adjudica su partido, poniendo en evidencia que, al final, para poner a salvo el
servicio hay que recurrir a lo privado.
Por eso, señor Aznar, díganos ya qué hay más importante que
la dignidad de trabajadores y ciudadanos, como para que guarde este sospechoso
silencio.
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