Si es cierto que una imagen vale más que mil palabras, la
ofrecida ayer por el diario DEIA, del abrazo entre la etarra arrepentida Carmen
Guisasola y Rosa Rodero, viuda de un ertzaina asesinado por la banda vale por
mil consignas y mil gritos de odio de uno y otro color, El gesto de estas dos
mujeres, una acercándose a darlo y la otra ofreciéndose para recibirlo, todo
ello en presencia del también ex miembro de la banda Andoni Alza, marcará un
antes y un después en el camino de los vascos hacia la normalidad.
La generosidad de Rosa ofreciendo la oportunidad de sumarse
al homenaje a su marido, asesinado por ETA hace veinte años, a los ex
compañeros de sus asesinos es algo más que un gesto, del mismo modo que la
valentía de Guisasola y Alza arriesgándose al reproche de quienes no hace tanto
les tenían por héroes.
Uno y otro gesto suponen una ruptura nada desdeñable, porque ellos y ella,
terroristas arrepentidos y víctima han abandonado los confortables muros de la
casa común de los colectivos de presos y los de sus víctimas, para bajar a la
acera de la normalidad. Y lo que han hecho cobra un especial valor porque
muestra un camino, el único, para conseguir la total normalización del país.
Algo que por desgraciada no está siendo respaldado mi acompañad por quienes
durante tanto tiempo han alimentado el odio mutuo y han alejado de lo posible
cualquier posibilidad de entendimiento.
Sé que siempre vende más el conflicto que la paz, sé que vende más el odio
que la concordia y, aún así, para mí, el encuentro de ayer, el tímido abrazo en
el que nunca sabremos quién puso más, tiene más valor que cualquiera otra
información de las recogidas por la prensa y creo que sus protagonistas
merecerían la consideración de héroes de la sociedad civil.
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