Nos habíamos preparado para la peor y por eso la jornada de
ayer en Cataluña, segundo aniversario de un referéndum que nunca se debió
convocar y una actuación policial desproporcionada e hiriente para cualquiera
que se sienta demócrata, más, si le dicen que aquellos palos, aquella
violencia se daba en su nombre. No, de ninguna manera, aquella violencia se
produjo porque el gobierno del PP llevaba años pisando los callos de cualquier
catalán unido sentimentalmente a su tierra, estrategia aprendida de los peores
años de violencia en Euskadi, de los que el PP supo siempre sacar rédito
electoral en el resto de España, estrategia que consiste en revolver avisperos
para que los votantes, asustados acaben refugiándose en las faldas de sus
votos.
Espero que los responsables de aquellas cargas y de aquellos
dispositivos policiales, más bien bufos, dignos por desproporcionados e
ineficaces de una película muda de los años veinte, acaben ante los tribunales
y que todos, incluidos sus mandos políticos, acaben ante los tribunales, como
han acabado ante la ley y cómo, quienes, desde la otra orilla, han acabado ante
el Supremo y con una inhumana carga de prisión preventiva a sus espaldas.
Temíamos lo peor y, al parecer, la Guardia Civil en la mejor
de sus versiones, usando lo último de lo último en tecnología y con la
paciencia del buen pescador, acabo acumulando las pruebas suficientes para
sacar de la circulación a quienes preparaban explosivos y no para una verbena,
sino para sembrar el caso en Cataluña en una fecha indeterminada que será
probablemente aquella en que el Supremo dé a conocer la sentencia para quienes
desde la Gemeralitat y su entorno resultan responsables de lo que ocurrió hace
dos años.
No pasó aquello que temíamos y todo se redujo a marchas
pacíficas y algún que otro incidente, en especial contra la prensa, las
televisiones de cobertura nacional, llevados a cabo por quienes, cegados cuando
no azuzados por quienes difunden su única verdad, no quieren ver ni que se vea
la realidad. No pasó aquello, pero lo que pasó, no tanto en las calles, sino
ante los micrófonos en Barcelona y Bruselas es tanto o más preocupante que si
aquello hubiese pasado.
Estoy hablando de la ligereza y el cinismo con que Carles
Puigdemont, todavía en fuga y parece que va para largo, se permitió hablar de
la Constitución que no quiso obedecer, diciendo desde el mayor de os
desconocimientos que no es posible aplicar su artículo 155 por un gobierno en
funciones como lo es el de Pedro Sánchez que, esperémoslo, agotará todas las
vías antes de llegar a ello. Y no sólo eso, también él, un simple
propagandista, en todo caso un periodista sin más que, como casi todos, como yo
mismo, sabe un poco de mucho pero mucho de nada, se permitió reescribir la
historia como si lo hiciese para uno de esos "fanzines"
independentistas de su juventud, comparando sin sentido, como un charlatán de
barra de bar, la insurrección de su generalitat frente al Estado al que se debe
y del que emana el poder democrático que ostenta, con los crímenes de ETA,
crímenes cometidos desde la clandestinidad y sin que nunca ningún gobierno
vasco los respaldase. Lo hizo cuando ayer dijo, sin despeinarse, que, a pesar
de los centenares de muertos, nunca se pensó siquiera en aplicar el 155, unas
palabras que el lehendakari Urkullu no ha tardado en criticar como se merecen.
Mientras tanto, con esa cara de sacristán siniestro que dios
le hadado, el presidente Torra, presidente por carambola, se permitía hablar de
radicalidad democrática y de lo que parece haber inventado, la lucha no
violenta, una suerte de violencia amable, quizá porque esa violencia es la de
los suyos. Es "para mear y no echar gota", sobre todo cuando piensas
que quienes tan poco respetan las leyes y manipulan en su favor la democracia
han salido de las urnas. Pero, si para algo sirvió la jornada de ayer, es para
saber hasta donde son capaces de llegar en su borrachera los dirigentes que,
dicen, se han dado los catalanes. De momento, a reescribir a su acomodo las
leyes y la Historia.
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