Después de todo lo visto ayer, después de contemplar a
través de las imágenes esa enorme explanada barrida por el viento del noroeste.
silenciosa y vacía, cruzada apenas por el exiguo cortejo familiar que había
autorizado el gobierno, con el féretro del abuelo dictador a hombros, después
de esa digna y respetuosa soledad garantizada por el gobierno, no me explico de
qué se quejan unos y otros, por qué hablan de un segundo y solemne funeral,
cuando no había otra forma más discreta de hacerlo, sin ofender a la familia.
Quizá sacar al dictador de noche, en un furgón funerario sin más, sin testigos,
sin cámaras, sin publicidad, a escondidas, como quizá se merecía el dictador,
pero no como un gobierno que pretenda hacerse respetar debería haberlo hecho.
No hubo banderas, no hubo imágenes morbosas de la exhumación
y la reinhumación de los restos del dictador y, si dentro de unos días las hay,
será porque la genética se impone y los genes heredados de los Martínez Bordiú
lleven a alguno de los deudos a traficar con imágenes robadas de las
ceremonias, como ya hizo el siniestro marqués de Villaverde con las de la
agonía de su no menos siniestro suegro, ensartado por cables y tubos, muerto en
vida ya en una cama del Hospital La Paz.
Todo lo que podría haber perturbado esa digna sobriedad le
fue requisado a la familia poco antes de la exhumación, los móviles con que
grabar esos momentos y la bandera que ya no es de España con que hubiesen
querido sacar el féretro de la basílica, quedaron a buen recaudo en manos de
los encargados de la seguridad del acto.
No hubo imágenes y no hubo uniformes. Tampoco música, no
hubo honores. Sólo la digna sobriedad imprescindible. Sí hubo cobertura
periodística desde el exterior y fue esa cobertura, excesiva como todo lo que
toca la televisión, imágenes de la espera en el exterior de la basílica,
trufadas de un sinfín de entrevistas, pocas veces acertadas, con las que
rellenar los tiempos muertos y ordenar la emisión de la publicidad. De modo
que, si hubo exceso, si aquello pudo parecer lo que nunca fue, un funeral de Estado
fue gracias a la televisión que se invita sin la mesura que debiera a todo
cuanto pueda ser considerado un "hecho histórico".
Pese a todo quienes llevan meses en campaña electoral no
renunciaron, cómo podrían renunciar a ello, a hacer electoralismo. Los unos,
para insistir en que no era necesario sacar al dictador de su mausoleo, los
otros, para acusar a quien, después de cuarenta y cuatro años de anomalía
democrática, se atrevió por fin a apearlo de una dignidad que nunca mereció. Lo
de los primeros, la derecha más o menos extrema, hijos en gran parte del tronco
común de aquel partido formado por Fraga, ministro de Franco, herederos,
algunos, de fortunas amasadas al calor del saqueo y la represión reinantes
durante décadas en este país, es explicable. Lo de los otros no.
Porque no tiene sentido que EH Bildu, Esquerra y el
partido de Puigdemont pidan explicaciones a la ministra Delgado, imagen ayer de
la dignidad, la sobriedad y la firmeza requeridas, por haber propiciado ayer la
exaltación del franquismo o por haber regalado un segundo entierro solemne al
odiado dictador. Un coro reclamante al que se unió también Pablo Iglesias,
olvidando que, casi a las mismas horas, la Cadena SER documentaba el pasado
falangista, número tres llegó a ser, imágenes de sus marchas al Valle de los Caídos incluidas, del todavía responsable de
Educación del ayuntamiento de Móstoles, impuesto por Podemos, lo que quizá
explica la negativa de Podemos en la localidad madrileña a forzar la
destitución de la polémica Noelia Posse.
Creo que ni unos ni otro tienen razón, que habla por ellos
ese electoralismo del que acusan a Pedro Sánchez, porque aquello no fue, de
ninguna manear, un segundo funeral de Estado para el odiado dictador. Fue una
ceremonia necesaria que los españoles, no Franco ni su familia, nos merecíamos.
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