Lo de ayer en la Asamblea de Madrid, el debut de la avalada
presidenta -tiene el aval de Ciudadanos y Vox para serlo, en una sesión de
control a su gobierno pareció más la función de un guiñol siniestro que un
verdadero ejercicio democrático. Perfectamente sincronizada con la presidenta,
la portavoz de Vox, Rocío Monasterio, en el papel de bruja siniestra, abrió el
debate por la derecha, ultra para más señas, pidiendo a Díaz Ayuso que
incumpliera de una tacada la ley, despreciando una sentencia del Supremo,
desobedeciendo al gobierno de la nación y despreciando de paso la resolución
del pleno del Congreso de los Diputados que exhortaba al ejecutivo a la
exhumación de los restos del dictador que tuvo bajo su bota a este país durante
cuarenta años.
La que en tiempos llevara la voz de Pecas, el perro de
Esperanza Aguirre, en las redes sociales, en lugar de afear la actitud a
la diputada de Vox por lo que le estaba sugiriendo, tomó la palabra para leer
la respuesta que, como a un "monchito" cualquiera, alguien, incluida
ella misma había escrito en los papeles que manejaba, como queriendo no equivocarse,
para no tener que ser corregida, otra vez, por gente que suponemos por debajo
de ella, como o fue cuando fue reinterpretada por sus colaboradores después de
admitir en una entrevista radiofónica que preside un gobierno que son dos, el
del PP y el de Ciudadanos, suponemos que cada uno a lo suyo.
La presidenta Ayuso, para asombro de algunos propios y de
todos los extraños, cargó contra la Ley de Memoria Histórica, que luego
calificó de espantosa, manifestando su oposición y la de su gobierno a la exhumación
del tirano y preguntándose en sede parlamentaria qué vendría después, si acabar
con la ostentosa cruz, lo de ostentosa es mío, del valle, con el propio valle o
con la quema de iglesias, como si saldar esa deuda de dignidad histórica con
quienes sufrieron la derrota y una larguísima posguerra llevase a repetir los
terribles excesos de aquellos años que no deben volver a repetirse.
Quienes la escuchamos, al menos quienes, como yo, queremos
el resarcimiento de las víctimas, pero nunca como revancha, nos llevamos las
manos a la cabeza. Quién podría esperar unas palabras como las que leyó la
presidenta de las largas "rebecas" ochenta años después del fin de
aquella cruel guerra. quién podría esperar tanto resentimiento y, sobre todo
quién podría esperar que alguien intentase traer de nuevo el miedo a que
volviesen aquellos terribles tiempos.
Sorprendentemente, su vicepresidente Aguado, el de la otra
mitad de su gobierno bicéfalo, en lugar de apagar el fuego de ese incendio de
los incendios, resolvió con una perogrullada, la de que la quema de conventos
existió, y con una inquietante afirmación, la de que harían lo posible para que
no se repitiera, como si hubiese un riesgo inminente de que eso ocurriera. Y
todo ello, reforzado después con la difusión del audio de la ocupación, hace
casi ocho años, de la insólita capilla de la Facultad de Económicas de la
Complutense, una ocupación juzgada, de la que, pese a todo el despliegue
jurídico y mediático de la derecha, Rita Maestre, excusa prendida con alfileres
por Díaz Ayuso y "sus partidos" para justificar lo de ayer, fue
absuelta.
Nunca sabremos qué pasó ayer por la cabeza de la
imprevisible presidenta madrileña. No llegaremos a saber si realmente lo que
dijo es de su cosecha o si movía los labios por voluntad propia o si alguien le
pasó las notas que leyó. Tampoco si era consciente de la que estaba liando Lo
cierto es que esta señora tiene problemas con la memora. Con esa memoria
espantosa que no quiere recuperar por ley y con todas las demás, porque,
recordémoslo, se olvidó de pagar el IBI de los locales que su padre les cedió,
a ella y su hermano para que no cayesen en manos de los acreedores, También han
olvidado, ella y sus antecesores, renovar el convenio con la empresa privada a
la que se adjudicó el control mamográfico preventivo periódico de las
madrileñas en situación de riesgo de sufrir cáncer de mama.
También olvidaron contratar a tiempo e inscribir en la
Seguridad Social a los profesores contratados, despedidos y vueltos a contratar
al ritmo vacacional y, así, olvido tras olvido, memora en blanco o memoria de
elefante, en ese ejercicio de memoria selectiva al que tan dados son los
políticos cuando les conviene y, ahora, al PP lo que le interesa es traer a
nuestra retina el resplandor de aquellos fuegos para que nos olvidemos de las
cenizas que nos ha dejado, nos está dejando, su gestión.
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