Dice Cayetana Álvarez de Toledo, hoy en EL PAÍS que la
exhumación de los restos del dictador de la basílica del Valle de los Caídos
fue una profanación porque, aunque la llevó a cabo el gobierno con el visto
bueno del Supremo y ejecutando una ley aprobada por el Congreso, fue contra la
voluntad de la familia Franco. Pues bien, me gustaría darle a esa estirada
mujer, de corazón de hielo para más señas, incapaz de ponerse en la piel
de alguien que no sea de su privilegiada clase, la interminable lista de las
familias que siguen sin encontrar los restos profanados de sus muertos,
arrancados de la primera tierra en que reposaron, casi siempre sin nombre, para
ser apilados en cajas, en húmedas criptas, y dar así sentido al megalómano
proyecto del tirano en la sierra madrileña, coronado por una enorme cruz de
cemento que más parece una espada clavada sobre los restos de sus víctimas. Me
gustaría facilitar esa lista a la "poli mala" del PP, de eso presume
en la entrevista, pero me temo que no me daría una vida, la única que tengo,
para hacer la nómina de tanto muerto sin tumba y tanto crimen impune.
Habla Álvarez de Toledo de profanación y yo me detengo en
otra, para mí más grave, la del recinto que yo creía sacrosanto de la
universidad, "tomado" ayer por energúmenos encapuchados con el fin de
impedir que alumnos y profesores pudiesen recibir e impartir las clases, dando
así la sensación de que la huelga convocada por la independencia alcanzase un
seguimiento que, sin esa coacción, sin esa violencia sorda de mesas y pupitres
apilados contra las puertas, de capuchas y embozos, no hubiese tenido nunca el
seguimiento que tuvo en la Pompeu Fabra y no en aquellas en las que hubo
libertad de movimientos.
Sin embargo y siendo esto muy grave, más lo fue la actitud
cobarde de muchos claustros, entregados a la estrategia y el ideario de estos
jóvenes airados por la independencia y poco más, que no saben muy bien por qué
hacen lo que hacen, como demostró una presunta representante de los violentos
que, en mi opinión apenas podría haber puesto voz a la clase de los elefantes
de la escuela infantil de mi nieta y que con la barricada de enseres al fondo
consiguió sus quince minutos de gloria en la tele, que, como ayer ya apuntaba
en este blog, parece ser la meta de muchos independentistas.
Lo cierto, a la vez que muy triste, es que los claustros de
las universidades catalanas se han perdido el respeto a sí mismos. entregándose
a las caprichosas exigencias de todos los "millanastrays" de turno
que les exigen prebendas y facilidades para quienes sirvan activamente a la
causa, al parecer sagrada, de la independencia. Me cuesta creerlo, sobre todo
habiendo vivido los últimos años del franquismo en una universidad bien
distinta de la que ayer vi en Barcelona, porque aquella universidad era más
libre y más universal, porque en ella no ningún profesor lanzaba huevos a quien
sólo daba su opinión contra la violencia ante las cámaras, frente al rectorado.
Yo recuerdo sentirme libre dentro de algunas facultades, no todas, protegido
por decano y profesores de los grises, la policía franquista, que las rodeaba a
caballo. Por eso, mi inteligencia no puede tolerar lo que vi ayer, un campus
cerrado por el rector "por orden" de unos pocos estudiantes. Tampoco
lo que se avecina, la supresión de parciales y quién sabe si el aprobado
general para los "héroes" de la revuelta, sin respetar el esfuerzo de
quienes estudian todo el curso, quizá simultaneando esfuerzos con un trabajo
para poder pagar la matrícula.
Harían bien esos rectores y profesores que llevan años
abonando su "huertecito" en el tóxico jardín universitario, un huerto
en el que arraigar su carrera, vigilados siempre por quienes permitirán, o no,
que florezcan, sus compañeros vigilantes y guardianes de la causa.
Harían bien todos estos profesores y rectores egoístas y
acobardados en ver la magnífica película de Alejandro Amenábar, en la que se
habla de otros profesores, de otra universidad y de otra revuelta, un golpe de
Estado, al que algunos supieron y quisieron resistirse, al menos en lo que a su
propia dignidad atañía, resistiéndose a la profanación del templo del saber con
aquel, legendario o no, "venceréis, pero no convenceréis" atribuido a
Miguel d Unamuno.
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