miércoles, 30 de octubre de 2019

PROFANACIONES



Dice Cayetana Álvarez de Toledo, hoy en EL PAÍS que la exhumación de los restos del dictador de la basílica del Valle de los Caídos fue una profanación porque, aunque la llevó a cabo el gobierno con el visto bueno del Supremo y ejecutando una ley aprobada por el Congreso, fue contra la voluntad de la familia Franco. Pues bien, me gustaría darle a esa estirada mujer,  de corazón de hielo para más señas, incapaz de ponerse en la piel de alguien que no sea de su privilegiada clase, la interminable lista de las familias que siguen sin encontrar los restos profanados de sus muertos, arrancados de la primera tierra en que reposaron, casi siempre sin nombre, para ser apilados en cajas, en húmedas criptas, y dar así sentido al megalómano proyecto del tirano en la sierra madrileña, coronado por una enorme cruz de cemento que más parece una espada clavada sobre los restos de sus víctimas. Me gustaría facilitar esa lista a la "poli mala" del PP, de eso presume en la entrevista, pero me temo que no me daría una vida, la única que tengo, para hacer la nómina de tanto muerto sin tumba y tanto crimen impune.
Habla Álvarez de Toledo de profanación y yo me detengo en otra, para mí más grave, la del recinto que yo creía sacrosanto de la universidad, "tomado" ayer por energúmenos encapuchados con el fin de impedir que alumnos y profesores pudiesen recibir e impartir las clases, dando así la sensación de que la huelga convocada por la independencia alcanzase un seguimiento que, sin esa coacción, sin esa violencia sorda de mesas y pupitres apilados contra las puertas, de capuchas y embozos, no hubiese tenido nunca el seguimiento que tuvo en la Pompeu Fabra y no en aquellas en las que hubo libertad de movimientos.
Sin embargo y siendo esto muy grave, más lo fue la actitud cobarde de muchos claustros, entregados a la estrategia y el ideario de estos jóvenes airados por la independencia y poco más, que no saben muy bien por qué hacen lo que hacen, como demostró una presunta representante de los violentos que, en mi opinión apenas podría haber puesto voz a la clase de los elefantes de la escuela infantil de mi nieta y que con la barricada de enseres al fondo consiguió sus quince minutos de gloria en la tele, que, como ayer ya apuntaba en este blog, parece ser la meta de muchos independentistas.
Lo cierto, a la vez que muy triste, es que los claustros de las universidades catalanas se han perdido el respeto a sí mismos. entregándose a las caprichosas exigencias de todos los "millanastrays" de turno que les exigen prebendas y facilidades para quienes sirvan activamente a la causa, al parecer sagrada, de la independencia. Me cuesta creerlo, sobre todo habiendo vivido los últimos años del franquismo en una universidad bien distinta de la que ayer vi en Barcelona, porque aquella universidad era más libre y más universal, porque en ella no ningún profesor lanzaba huevos a quien sólo daba su opinión contra la violencia ante las cámaras, frente al rectorado. Yo recuerdo sentirme libre dentro de algunas facultades, no todas, protegido por decano y profesores de los grises, la policía franquista, que las rodeaba a caballo. Por eso, mi inteligencia no puede tolerar lo que vi ayer, un campus cerrado por el rector "por orden" de unos pocos estudiantes. Tampoco lo que se avecina, la supresión de parciales y quién sabe si el aprobado general para los "héroes" de la revuelta, sin respetar el esfuerzo de quienes estudian todo el curso, quizá simultaneando esfuerzos con un trabajo para poder pagar la matrícula.
Harían bien esos rectores y profesores que llevan años abonando su "huertecito" en el tóxico jardín universitario, un huerto en el que arraigar su carrera, vigilados siempre por quienes permitirán, o no, que florezcan, sus compañeros vigilantes y guardianes de la causa.
Harían bien todos estos profesores y rectores egoístas y acobardados en ver la magnífica película de Alejandro Amenábar, en la que se habla de otros profesores, de otra universidad y de otra revuelta, un golpe de Estado, al que algunos supieron y quisieron resistirse, al menos en lo que a su propia dignidad atañía, resistiéndose a la profanación del templo del saber con aquel, legendario o no, "venceréis, pero no convenceréis" atribuido a Miguel d Unamuno. 

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