Qué sabio es eso de decir "que hablen de ti, aunque sea
bien", con esa irónica frase se pone de relieve que lo que importa no es
el fondo de las cosas, ni siquiera llevar la razón o no, sino que lo realmente
importante es el ruido que cada uno sea capaz de hacer. A su manera, Elisenda
Paluzie, presidenta de la Asamblea Nacional de Cataluña, uno de los dos
volantes de inercia de los que el independentismo se sirve para controlar el
ritmo de su "procés", la expresó ayer, cuando, en una entrevista en
TV3 -la televisión que, según los CDR, no manipula como la española, a pesar de
que emita programas de humor mientras arden las calles en Barcelona o permita
que se compare en otro de sus programas a los mossos d'esquadra con perros- y
esta señora la expresó cuando supo ver en esas barricadas, con esos heridos y
esos destrozos, había algo de positivo y lo positivo de esa violencia es que,
gracias a ella, el conflicto ha aparecido en la agenda de los medios
internacionales. O lo que es lo mismo, se está, hablando, aunque mal, de lo
suyo.
Que hablen de la independencia aunque sea mal, que hablen de
su trenes saboteados, de su aeropuerto tomado, de sus carreteras cortadas, de
sus universidades cerradas, de sus calles asoladas, de su policía apedreada, de
todo lo horrible e indeseable que está pasando, si, a cambio, se habla de
independencia, del sueño de una parte de los catalanes, menos de la mitad,
frente a la otra parte que ni se manifiesta ni vota a sus partidos. Eso
es lo que quieren: salir en la tele, que salgan en la tele sus jóvenes y sus no
tan jóvenes apedreando agentes, destrozando los furgones que pagan entre todos,
quemando coches, semáforos y contenedores de basura que con su trabajo o con
sus impuestos pagan entre todos, quemando en una noche árboles que tardan
décadas en alcanzar el porte que tenían cuando ardieron. Que hablen, aunque no
sea de la independencia, sino de lo difícil que es llegar a una de las ciudades
más hermosas de Europa, lo incómodo o peligroso que es alojarse en alguno de
sus hoteles o lo imposible de pasear por ella en determinados días a algunas
horas.
No se habla de independencia, se habla de incidentes.
Tampoco se habla de que los jóvenes necesitan en Cataluña lo mismo que en
Madrid o Badajoz: trabajo y becas. No se habla de qué obtendrían, más allá de
la independencia, si es que la consiguen. No se habla, quizá porque no se sepa
o no se quiera pensar en ello, porque serían los mismos que incendian las
calles o quienes les alientan a ello o, como mínimo les perdonan por hacerlo,
los que cierran las universidades a capricho de los CDR, sin importarles el
futuro de quienes pagan matrículas carísimas, las más caras de toda España, les
van a gobernar quienes no se preocupan de otra cosa que de la independencia y
su coreografía, los que reduzcan el mundo a los pocos países que aún les miran
con simpatía, aunque habiten en la extrema derecha, en el neofascismo que,
curiosamente, atribuyen a lo que, despreciativamente, llaman Estado
Español.
No quieren pensar en ese día siguiente. No quieren pensar en el futuro. No quieren ni siquiera pensar, les basta con coreografiar la próxima marcha, escoger los próximos cortes de carretera y trenes, los próximos boicots o con incluir en la siguiente lista de botiflers al primero que, al contrario que ellos, se atreva a pensar por si mismo. Lo demás apenas importa. Basta con salir en la tele, aunque sea así, de este modo tan poco edificante.
No quieren pensar en ese día siguiente. No quieren pensar en el futuro. No quieren ni siquiera pensar, les basta con coreografiar la próxima marcha, escoger los próximos cortes de carretera y trenes, los próximos boicots o con incluir en la siguiente lista de botiflers al primero que, al contrario que ellos, se atreva a pensar por si mismo. Lo demás apenas importa. Basta con salir en la tele, aunque sea así, de este modo tan poco edificante.
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