No sé aún, a la hora de escribir esta entrada, cuando
amanece en Barcelona, si, en su título, cobardía y locura, las dos
características más destacadas de la personalidad de Joaquim Torra, presidente
de la Generalitat por carambola, como ya lo fue Carles Puigdemont, deben ir
unidas por una disyuntiva o por una copulativa, aunque creo que me inclinaré
por la copulativa, porque, si hace sólo dos días aún quedaba espacio para la
duda, desde ayer está claro que lo de Torra es una mezcla diabólica de locura y
el consabido "pasa tú primero, que a mí me da la risa".
Quienes anoche sentimos curiosidad y preocupación por lo que
ayer sucedía en Cataluña no pudimos dejar de recordar lo que ocurrió hace dos
años el uno de octubre. Ya sé que hay diferencias, que en las cargas de hace
dos años hobo víctimas no deseadas, víctimas interpuestas entre las urnas
prohibidas y los antidisturbios previamente "calentados" y jaleados
por propios y extraños antes y durante su paso por Cataluña. También, aunque no
debiera haberlo habido, porque, si la seguridad de los ciudadanos y la defensa
de la ley deberían haber primado en ambos casos, está claro que aquel "¡a
por ellos!" de 2017 tiñó de dudas, desgraciadamente confirmadas, su papel,
convertido en dramático estrambote, en su frustrado intento de impedir el
referéndum, cargando contra quienes estaban ante los colegios, como si del
"asalto al fuerte" se tratara. Está claro que aquello, con razón o
sin ella, arruinó la imagen de la democracia española en el exterior España. En
tanto que los incidentes del lunes y los de ayer han servido para
demostrar, especialmente los de ayer, que no siempre son las fuerzas de
seguridad las responsables de los incidentes ni de su dureza.
La esquizofrenia de Torra, recambio de Puigdemont, que a su
vez lo fue de Artur Mas, verdadero responsable de la huida hacia adelante de
CiU que ha desembocado en esto, le lleva a pensar que los CDR, que nata tienen
que ver con boy scouts ni con "boletaires", deben de colocarse en la
vanguardia de la lucha, los que mueven el árbol, como diría Arzalluz, para que
su partido recoja las nueces en la calle con sus concentraciones y sus marchas
"pacíficas" Pero, ya se sabe, se puede engañar siempre a unos pocos,
aunque no siempre a todos, y el juego de Torra es cada vez más evidente. Tanto,
que el humo de las barricadas de Barcelona acabó levantando a la alcaldesa de
Barcelona de su mesa en la cena del "Planeta".
El juego de Torra y el de quienes por intereses
electoralistas juegan a él está llevando a Cataluña a una situación
insostenible, colocando a Barcelona ciudad que vive fundamentalmente del
turismo y, por ejemplo, en la lista de destinos incómodos si no peligrosos. Y
eso tiene un coste evidente, porque a nadie le gusta quedarse atrapado en un
aeropuerto o en su hotel, como ayer pudimos escuchar en el aeropuerto del Prat
o a las puertas de uno de los muchos congresos que se celebran cada día en la
capital catalana, se lo piensen mucho a la hora de volver a ella. Y eso son
pérdidas y, de las pérdidas, viene el paro y del paro la falta de fe en los
gobernantes.
Sin embargo, nada de eso pare importar a Torra, que, aun en
su delirio, debería saber que no volverá a verse en otra igual. Pero parece que
en esa cabeza de mirada huidiza sólo caben la independencia soñada y la gloria,
nunca la prisión en la que estarán algunos meses más y menos mal que será así,
sus compañeros. Por eso manda a los ciudadanos de paz a la calle, a sabiendas
de que otros, de los que también tiene noticias, montan los incidentes,
levantan las hogueras, prenden las hogueras cortan vías y carreteras y sabotean
las infraestructuras. Por eso, al mismo tiempo, envía a los mozos contra ellos,
porque ese "soñador" con pinta de sacristán, que no ve el momento de
proclamar el mismo la independencia, la gloria en los libros de Historia,
atrapado en las redes de la CUP y los CDR que le sirven de ariete, porque no
quiere verse entre rejas como Junqueras y sus compañeros, mientras su
"hermano mayor", Puigdemont, vuelve a mostrar su solidaridad con
ellos, a mil quinientos kilómetros de la celda que le correspondería ocupar de
no haber huido vergonzantemente.
Lo de Torra es, a la vez, demencia y cobardía. Queda por
saber qué es lo de los catalanes, porque, aún en el hipotético caso de que
alcanzasen le independencia que una parte de ellos desea, el futuro no será, ni
mucho menos, mejor de lo que tienen, sin relaciones con la UE, sin las empresas
que tiene su sede en ella, sin el turismo que, además de incomodidad, les da de
comer. Deberían dejar de beber el veneno que les están dando, alguien debería
comenzar a pedir, en voz cuanto más alta mejor, que Torra, tan demente y tan
cobarde, se vaya y les deje en paz, mientras otros con más ganas se sientan a
hablar para hallar una salida por la que huir de este incendio.
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