lunes, 21 de octubre de 2019

EL PORQUÉ DE LAS COSAS



Tomo el título de esto que escribo de la magnífica colección d relates del sugerente autor catalán Quim Monzó y pido prestada a la Cadena Ser y a su autor Álvaro García esta imagen que ilustra a la perfección lo gratuito de la terrible violencia que durante seis largas noches de la pasada semana ha asolado las calles de Barcelona.
Poniendo por delante lo absurdo y gratuito de esta violencia, tan innecesaria como una borrachera de fin de semana que nada aporta a unos jóvenes, la mayoría lo son, que se dejan envolver por el humo y las sirenas, como si de una fiesta loca de alcohol y pastillas se tratara, sin saber muy bien por qué están allí ni a quien benefician victorias tan pequeñas como retener unos metros de calle o hacer recular durante unos minutos apenas a los antidisturbios. Me temo que no lo saben y, lo que es peor, que tampoco les importa.
Se conforman, dicen, con el "subidón" de adrenalina que da "jugar a la guerra" al lado de casa, con los colegas al lado para, después, a eso de las dos o las tras de la mañana volver a casa, a veces la de los padres, en la parte alta de Barcelona, con el teléfono lleno de imágenes ·de la hostia· y un montón de anécdotas magnificadas y deformes, "aventis" diría Marsé, que compartir con los amigos y, dentro de unos años, "papá cuéntame otra vez", enseñar a los hijos en la sobremesa de cualquier comida de familia quizá burguesa.
Cuesta entenderlo, pero hay que esforzarse en hacerlo. El fuego y la noche fueron el marco de aquel mayo del 68 que estalló por algo tan nimio como que en la universidad de Nanterre no se permitiese acceder a colegas de otro sexo a las habitaciones de las residencias de estudiantes y que acabó con un lugar en la Historia, vivo aún, cincuenta años después. Aquellos jóvenes que tomaron la Sorbona y el teatro Odeón para sus asambleas, aquellas barricadas en los bulevares dejaron miles de imágenes, en blanco y negro la mayoría, un montón de eslóganes y un regusto amargo de lo que no llegó a ser, al tempo que, con su fracaso cuando los sindicatos tomaron el control de la revuelta, trajo el alivio a una sociedad sorprendida y asustada.
Aquella revolución fue la de los cachorros de la burguesía. Eran universitarios y hace medio siglo, sólo los hijos de la burguesía llegaban a la universidad y no hay más que ver qué fue años después de aquellos "revolucionarios", cuyas peripecias retrató con tino Bryce Echenique en su "vida exagerada de Marín Romaña". Es verdad y soy consciente de ello, que, en los últimos años, desde las revueltas de la banlieu de París de los primeros años del siglo a las terribles noches de este fin de semana en Chile, pasando por los disturbios de Birmingham del verano de hace ocho años, los protagonistas fueron otros, jóvenes sin futuro ni retaguardia, cansados de que la espuma de la cerveza que es la vida se la lleven siempre los mismos, mientras ellos se ahogan en el paro, la falta de vivienda, los empleos "de mierda", el hastío y la desesperanza.
Esa juventud sin esperanza es el combustible al que quienes saben lo que hacen, el cerebro gris que saca partido de todo, especialmente de las crisis, económicas o sociales arriman su antorcha ornada de ideas más o menos románticas, el nacionalismo lo es, de entusiasmo y de nobles ideales que no dudan en traicionar en cuanto los sueños ya no son más que las cenizas de las hogueras.
Nadie pare recordar ya aquel cerco al Parlament de Catalunya y que obligó al entonces president Artur Mas, el que había quebrado y privatizado el estado de bienestar en Cataluña, el primero en sacar la tijera para recortar la Sanidad y muchos otros servicios, a llegar a la sede de la representación popular en helicóptero.
Mas se vio arrinconado, sitiado por la calle y chapoteando en la "mierda" de décadas de corrupción y no dudó en envolverse en la senyera y en convertir el nacionalismo y la promesa de un referéndum hoy por hoy imposible la barricada tras la que ponerse a salvo de la Justicia. De entonces a acá la democracia se ha enrarecido en Cataluña, se ha confundido la calle y la calle se puede manipular muy fácilmente, se confunde la masa que cubre calles y plazas, calculada desde un helicóptero, ignorando los matices del pensamiento de quien se manifiesta, y tratar de usarla para suplantar los votos de los que libre y responsablemente se "manifiestan" en las urnas, con garantías del respeto a los resultados,
Está claro que vieron aquel tumulto, aquella masa que llevó a Mas a saltar la verja del Parque de la Ciudadela desde el aire, y que decidieron hacerlo suyo. Desde entonces, apoyados en organizaciones como Ómnium o la ANC, han sorteado las normas del propio Parlament y con los CDR que defiende y aplaude el propio Torra, se han dedicado a imponerse en las calles, con pintadas, con amenazas y con la coerción a la libertad de los ciudadanos que suponen los cortes de carreteras y vías de tren, por no hablar de la lamentable ocupación del aeropuerto de El Prat.
Esa masa de jóvenes desesperanzados por un lado o bien alimentados y ciudad, pero deseosos de dar sentido a su ansia de emociones fuertes, estaba esperando que irresponsables como el president Torra justificasen su actitud, para convertirse en el brazo armado, de palos y gasolina, sí, pero armado, con el que callar las bocas disidentes en sus propias filas, como comprobó el sábado Gabriel Rufián, o para incendiar las calles y tratar de obligar al gobierno de España a sentarse a la mesa de una negociación sin sentido en un país democrático. Sin sentido, porque las quimeras, que se alimentan de mentira y sueños, arden con facilidad en las hogueras.
Hay que tratar de entender el porqué de las cosas. ésta es sólo mi aproximación, incompleta y seguro que equivocada al porqué de lo que está pasado en Cataluña.

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