Hace ya casi medio siglo decidí estudiar el bachillerato de
Ciencias, porque en los tiempos del primer desarrollismo franquista la mayoría
creíamos que una carrera de letras, si daba para vivir, en el caso de que
diese, nunca daría para vivir bien, salvo Derecho, claro, que siempre y en
todas partes, incluso en pleno Apocalipsis, estarán ahí para recurrirlo y ganar
sus minutas.
Cuando tocó, creí que quería ser veterinario. Me equivocaba,
pero me quedó la impronta de tener que ver para creer, Por eso nunca he creído
en extraterrestres. Mejor dicho, nunca he creído en que los extraterrestres
llegasen a la tierra, pero, mira qué cosas, estoy empezando a creer que hace
tiempo que están entre nosotros.
Me refiero a toda esa gente que, por creer que su reino o su
verdad no son de este mundo, creen estar por encima de los demás y, lo que es
peor, por encima de las leyes que rigen para los demás. Están aquí, entre
nosotros, y están desde hace años, agazapados en sus cómodos escondrijos de
privilegios, cargos, títulos, consejos de administración y abadías. Como los
dinosaurios los creíamos extinguidos, fosilizados, pero no, como los hongos,
resistentes como nada, vivían encapsulados en sus esporas, a la espera de
una mejor ocasión que, parece, se presentó con el desencanto de una
"derechita cobarde" que perdía terreno ante la extrema izquierda de
los "perro flautas".
Es esa gente que ve a los "rojos" como demonios
con rabo y pezuña, dispuestos a quemar iglesias y conventos, a expropiar fincas
y edificios, gente que sabe agitar el fantasma del miedo para que otra gente,
los pobres de espíritu y por lo general pobres también de recursos, defiendan
bajo su bandera lo suyo, sus fincas y sus privilegios, a cambio de nada o casi
nata, de una palmadita e la espalda o un "subidón" de adrenalina.
Lo cierto es que estos extraterrestres de otro mundo han
disuelto las esporas en las que se escondían y han reaparecido para poner a
salvo sus símbolos que creen a punto de ser profanados, porque creen en
los despojos, en las reliquias y en las leyendas, porque son capaces de dormir
durante meses junto al brazo momificado de una mujer brillante, quizá una
enferma, a la que decidieron hacer santa, para no tener que dejar este mundo y
aplazar lo más posible su aterrizaje en esa gloria que siempre dicen querer
alcanzar.
Quienes no creemos en ella, quienes pensamos que la
inmortalidad consiste en quedar, para bien o para mal, en la memoria de los
otros, especialmente en la de quienes queremos, sólo queremos aclarar las
cosas, que se sepan de una vez quiénes somos, quiénes son, unos y otros, qué
hicimos, qué hicieron, cuánto bien o cuánto mal, para ser recordados. Por eso
no queremos que los despojos del dictador se conserven en un estuche de roca,
dolor y oprobio, por eso queremos que, cuanto antes, los restos de Franco,
responsable de tanto dolor y tantas muertes, salgan de un lugar construido a
mayor gloria de su recuerdo y el de su "cruzada".
Hoy, ochenta años después de aquella guerra desigual, todo
está a punto para que, por voluntad de los poderes del Estado: Gobierno,
Parlamento y Justicia, la iglesia católica, aunque quisiera no lo es, se
proceda a la exhumación y traslado de los despojos de ese dictador de infausta
memoria. Sera en una discreta y digna operación, la que no tuvieron los miles
de asesinados en las cunetas o frente a las tapias de los cementerios,
arrancados de la tierra anónima que los cubría, para dar escolta sin llegar a
saberlo al responsable de sus muertes.
El único obstáculo para que el traslado se lleve a cabo, con
la normalidad que merece poder hacerlo un estado de derecho, es la obstinación
de un monje fascista, prior de la abadía construida en torno a la enorme cruz
erguida sobre la cripta que acoge los restos, que, asegura, impedirá la entrada
a la comitiva encargada de la operación. Un prior de pasado ultra, dependiente
de la orden benedictina, que tiene entre sus acólitos, nada anónimos, a un
portavoz de chiste que se ha permitido decir en las últimas horas, como si de
un sacerdote egipcio protegiendo a la momia del faraón se tratara, que será la
providencia quien impida la operación, la misma providencia, dice, que ha hecho
fracasar a Pedro Sánchez en dos investiduras, como si Pablo Iglesias, añado yo,
fuese un instrumento de la misma.
Hay quien está contra la memoria y lo manifiesta con
descaro, quien apela a los historiadores, todos de parte, para reconstruir el
pasado, hay quien, como el despreciable Ortega Smith, se atreve a acusar a
quienes apenas eran unas niñas cuando fueron asesinados, las trece rosas, de torturar,
matar y violar. Sólo espero que pague por ello y que paguen quienes, como el
periodista Antonio Pérez Henares, se permiten ir contra la ley de Zapatero, la
de la memoria, quizá porque, haciendo memoria y no mucha, le recuerdo de
portavoz de la Cadena SER o, más chusco aún, de jefe de prensa del grupo
comunista del Congreso en tiempos de Santiago Carrillo.
Son todos seres de otro mundo que quieren transformar éste,
el nuestro, el de todos, a su gusto y con efectos retroactivos, para seguir
viviendo de los de siempre, con los privilegios de que ahora disfrutan.
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