jueves, 10 de octubre de 2019

DE OTRO MUNDO


Hace ya casi medio siglo decidí estudiar el bachillerato de Ciencias, porque en los tiempos del primer desarrollismo franquista la mayoría creíamos que una carrera de letras, si daba para vivir, en el caso de que diese, nunca daría para vivir bien, salvo Derecho, claro, que siempre y en todas partes, incluso en pleno Apocalipsis, estarán ahí para recurrirlo y ganar sus minutas.
Cuando tocó, creí que quería ser veterinario. Me equivocaba, pero me quedó la impronta de tener que ver para creer, Por eso nunca he creído en extraterrestres. Mejor dicho, nunca he creído en que los extraterrestres llegasen a la tierra, pero, mira qué cosas, estoy empezando a creer que hace tiempo que están entre nosotros.
Me refiero a toda esa gente que, por creer que su reino o su verdad no son de este mundo, creen estar por encima de los demás y, lo que es peor, por encima de las leyes que rigen para los demás. Están aquí, entre nosotros, y están desde hace años, agazapados en sus cómodos escondrijos de privilegios, cargos, títulos, consejos de administración y abadías. Como los dinosaurios los creíamos extinguidos, fosilizados, pero no, como los hongos, resistentes como nada, vivían encapsulados en sus esporas, a la espera de una mejor ocasión que, parece, se presentó con el desencanto de una "derechita cobarde" que perdía terreno ante la extrema izquierda de los "perro flautas".
Es esa gente que ve a los "rojos" como demonios con rabo y pezuña, dispuestos a quemar iglesias y conventos, a expropiar fincas y edificios, gente que sabe agitar el fantasma del miedo para que otra gente, los pobres de espíritu y por lo general pobres también de recursos, defiendan bajo su bandera lo suyo, sus fincas y sus privilegios, a cambio de nada o casi nata, de una palmadita e la espalda o un "subidón" de adrenalina.
Lo cierto es que estos extraterrestres de otro mundo han disuelto las esporas en las que se escondían y han reaparecido para poner a salvo sus símbolos que creen a punto de ser profanados, porque creen  en los despojos, en las reliquias y en las leyendas, porque son capaces de dormir durante meses junto al brazo momificado de una mujer brillante, quizá una enferma, a la que decidieron hacer santa, para no tener que dejar este mundo y aplazar lo más posible su aterrizaje en esa gloria que siempre dicen querer alcanzar.
Quienes no creemos en ella, quienes pensamos que la inmortalidad consiste en quedar, para bien o para mal, en la memoria de los otros, especialmente en la de quienes queremos, sólo queremos aclarar las cosas, que se sepan de una vez quiénes somos, quiénes son, unos y otros, qué hicimos, qué hicieron, cuánto bien o cuánto mal, para ser recordados. Por eso no queremos que los despojos del dictador se conserven en un estuche de roca, dolor y oprobio, por eso queremos que, cuanto antes, los restos de Franco, responsable de tanto dolor y tantas muertes, salgan de un lugar construido a mayor gloria de su recuerdo y el de su "cruzada".
Hoy, ochenta años después de aquella guerra desigual, todo está a punto para que, por voluntad de los poderes del Estado: Gobierno, Parlamento y Justicia, la iglesia católica, aunque quisiera no lo es, se proceda a la exhumación y traslado de los despojos de ese dictador de infausta memoria. Sera en una discreta y digna operación, la que no tuvieron los miles de asesinados en las cunetas o frente a las tapias de los cementerios, arrancados de la tierra anónima que los cubría, para dar escolta sin llegar a saberlo al responsable de sus muertes.
El único obstáculo para que el traslado se lleve a cabo, con la normalidad que merece poder hacerlo un estado de derecho, es la obstinación de un monje fascista, prior de la abadía construida en torno a la enorme cruz erguida sobre la cripta que acoge los restos, que, asegura, impedirá la entrada a la comitiva encargada de la operación. Un prior de pasado ultra, dependiente de la orden benedictina, que tiene entre sus acólitos, nada anónimos, a un portavoz de chiste que se ha permitido decir en las últimas horas, como si de un sacerdote egipcio protegiendo a la momia del faraón se tratara, que será la providencia quien impida la operación, la misma providencia, dice, que ha hecho fracasar a Pedro Sánchez en dos investiduras, como si Pablo Iglesias, añado yo, fuese un instrumento de la misma.
Hay quien está contra la memoria y lo manifiesta con descaro, quien apela a los historiadores, todos de parte, para reconstruir el pasado, hay quien, como el despreciable Ortega Smith, se atreve a acusar a quienes apenas eran unas niñas cuando fueron asesinados, las trece rosas, de torturar, matar y violar. Sólo espero que pague por ello y que paguen quienes, como el periodista Antonio Pérez Henares, se permiten ir contra la ley de Zapatero, la de la memoria, quizá porque, haciendo memoria y no mucha, le recuerdo de portavoz de la Cadena SER o, más chusco aún, de jefe de prensa del grupo comunista del Congreso en tiempos de Santiago Carrillo.
Son todos seres de otro mundo que quieren transformar éste, el nuestro, el de todos, a su gusto y con efectos retroactivos, para seguir viviendo de los de siempre, con los privilegios de que ahora disfrutan.

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