Hay personajes que creen estar en el mundo para cumplir una
misión u, lo que es peor, para nada más. Le pasó a José María Aznar después de
escapar al atentado en el que ETA quiso asesinarle y le ocurrió también a Julio
Anguita después de salir de aquel primer infarto, ya va por el tercero, en
plena campaña electoral hace ya más de un cuarto de siglo. También hay otros a
los que el destino, la lotería de la vida si lo preferís, ha colocado, al menos
eso creen, en un lugar imposible de imaginar antes, desde el que cumplir su
misión soñada.
Es la peor de las combinaciones posibles, porque quienes
cumplen esas premisas nunca piensan en lo inmediato, sólo viven y trabajan para
ese momento lejano y glorioso de poner los pies en la mesa de Bush, convertirse
en referente de la misma izquierda que reventaron o, como en el caso de Torra,
entrar en la Historia como el héroe que trajo la independencia a Cataluña,
aunque sea a costa de imponer su sueño a los demás, con el consiguiente
sufrimiento que causa en una sociedad próspera como la catalana, condenada muy
probablemente al aislamiento y el retroceso económico.
Cuando pienso en Torra y los suyos, si es que aún hay
alguien con él, me viene a la memoria "Tierra" la segunda parte de la
amarga autobiografía del húngaro Sandor Márai, en la que, al hablar del papel
del ejército soviético poniendo fin a la ocupación nazi de Hungría, escribe
"nos trajeron la paz, no la libertad, porque ellos tampoco a tenían".
Quizá Torra, en la más inverosímil de las carambolas, podría llevar la
independencia con la que sueña a Cataluña, pero me temo que no devolvería a los
catalanes esa prosperidad cada vez más deteriorada de que gozaron, porque el
sueño de Quim Torra y quienes están detrás de él es, pese a la
grandilocuencia de sus palabras, más bien estrecho y pequeñito.
Ayer Torra, como el personaje sin los pies en la tierra que
es, se pasó de frenada en ese discurso ante el Parlament que abrió, cómo no,
preguntándose qué dirán mañana los libros de Historia de lo que está pasando,
lo que demuestra que le preocupan más esos libros que los ciudadanos de hoy que
muy probablemente nunca los leerán. Torra, por su cuenta y riesgo, sin
encomendarse a dios ni al diablo hizo promesa de volver a "poner las
urnas", sin haber consultado con sus socios de gobierno o sus compañeros
de partido, quizá si se encomendó al "barón de Waterloo" que hoy,
para desviar el tiro y evitar sorpresas se presenta hoy ante la fiscalía belga
que debe decidir sobre la euroorden emitida por España para su detención y
entrega a la justicia de nuestro país.
Uno y otro están acostumbrados, como lo están los suyos, a
vivir de los fuegos de artificio, de golpes de efecto meditados y oportunos con
los que dar otra capa de barniz a la leyenda que construyen para pasar
brillantemente a la, su, Historia. Pero, a veces, de tanto jugar al rato y el
ratón, de tanto utilizar a los demás en su propio beneficio dan un traspiés y
se quedan, como ayer le pasó a Torra, colgados de la brocha y solos.
Quizá Torra, quizá Puigdemont, piensen en llevar la
independencia a Cataluña apoyándose en las barricadas que arden todas las
noches en Barcelona y otras ciudades. Así consiguió en los setenta el ayatolá
Jomeini derribar al sah Reza Pahlevi. El ayatola Jomeini y los suyos lo
consiguieron, pero a costa de que la revolución y sus guardianes sumiesen a
Irán en una larga noche sin libertades una noche oscura que la mayoría de los
iraníes esperaban al salir de la dictadura del sah. A mí me cuesta creer que la
sociedad catalana, cosmopolita y más o menos libre, incluso en tiempos de
Franco, pueda resignarse a vivir en un país con sus propios guardianes de la
revolución, los CDR, velando por la rectitud y la pureza en el seguimiento de
los designios del ayatolá Torra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario