martes, 8 de octubre de 2019

ECHARLE HUEVOS


Sería para echarse a reír si, en realidad, no fuese para llorar y hacerlo amargamente. El caso es que en esta campaña electoral perenne y de momento inútil en que vivimos los españoles por fin acaba de hacer acto de presencia, ya estaba tardando, el elefante azul de las pensiones y los pensionistas, ese elefante de nueve millones y medio de votos del que ningún candidato se atreve a hablar, a pesar de que piensan en él continuamente.
Ha quedado al descubierto desde que, ayer, el candidato socialista y presidente en funciones, Pedro Sánchez, lo sacó al centro de la pista, al anunciar no sin mucho mérito, tampoco riesgo, que subiría las pensiones en diciembre tanto como suba el IPC. No tiene mérito, porque gana quien gane el diez de noviembre, el seguirá presidiendo el gobierno en funciones, porque difícilmente habrá otro jefe de gobierno para entonces, y no tiene riesgo, apenas lo tiene, porque el IPC es lo bastante escuálido como para que nadie le acuse de derrochar en beneficio (electoral) propio lo que es, debería ser, de todos.
Pese a todo, la promesa de Sánchez ha reabierto a las puertas de una campaña el debate crucial de qué hacer con el sistema de pensiones, aunque, de momento, nadie parece dispuesto a coger el toro por los cuernos diciendo claramente que, en un país cada vez más envejecido, con cada vez menos trabajo y cada vez de peor calidad, el sistema tal y como está diseñado es insostenible en el tiempo.
Cuando se diseñó, las tasas de natalidad de los países europeos garantizaban que los trabajadores que se jubilaban serían sustituidos por otros trabajadores, en igual o superior número, tomarían el relevo y pasarían a pagar con sus cotizaciones el importe de sus pensiones. Ante esa evidencia la receta de los expertos, refugiados en la frialdad de los números, carentes de vida y de humanidad, es la de retrasar la edad de jubilación hasta un cuarto de hora antes del fallecimiento del cotizante. Así, no lo dudéis, la cuenta sale redonda, pero basada en una ecuación fraudulenta, porque difícilmente habrá trabajo para esos trabajadores ancianos y, si lo hay, será en perjuicio de los jóvenes, a quienes, una vez más, el sistema les da la espalda.
Dese mi ignorancia, me permito sugerir que se haga pagar a los responsables de gran parte del paro actual, las empresas que sustituyen a sus trabajadores por máquinas, las que se llevan la producción a otros escenarios con mano de obra más barata, o las que deciden especular con el terreno en que se asientan sus fábricas y almacenes, con la necesaria connivencia de los ayuntamientos, echando el cierra para vender el suelo, que todos ellos devuelvan en impuestos una parte a ser posible importante del beneficio que obtengan en sus manejos. Una parte importante del beneficio con la que mitigar el enorme daño social e insolidario que supone poner en la calle a trabajadores que después de dejarse el pellejo en su beneficio, difícilmente van a volver a encontrar trabajo.
Es evidente que sólo con las cotizaciones va a resultar imposible pagar unas pensiones decentes y por eso es necesario emprender las reformas necesarias para hacer pagar a las "tecnológicas", los nuevos Midas, sus impuestos en el lugar donde venden sus productos o servicios y donde hacen el daño de la competencia desleal y la destrucción o el deterioro de los puestos de trabajo.
Hay que "echarle huevos" y, aunque sea por una vez, hacer pedagogía en lugar de la mala política que se está haciendo. Contarle a la gente toda la verdad, los pros y los contras, y, sobre todo, asumir que la verdad, aunque ahora duela, nos ayudará a sentar las bases del futuro, aunque, claro, en un mundo dominado por los titulares simultáneos, por las falsas "últimas horas", dominados por los mensajes de apenas quince palabras. En un mundo en el que la inmediatez ha sustituido a los argumentos, en el que la ansiedad suplanta a la reflexión, va a ser muy difícil hacer esa pedagogía, pero habrá que echarle huevos y hacerla.

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