Mi barrio, Carabanchel, el sábado y Bravo Murillo ayer
domingo, ambas zonas humildes de Madrid, con pisos pequeños, pagados con una
vida de trabajo, alquilados hoy por unos herederos que se han ido al más
asequible extrarradio o, en el mejor de los casos, han prosperado con un
trabajo acorde con su formación, los menos, han sido escenario de sendas
manifestaciones contra la más que obscena proliferación de los locales de juego
y apuestas que, con sus atractivos escaparates, forrados de vinilos que evocan,
algunos también ya desde su nombre, la épica de los héroes deportivos. Locales
que son ya más que los "chinos", casi tantos como los bares y, desde
luego, más que las librerías o las tiendas de deportes.
Decía que es una proliferación obscena, porque estos locales
no esperan como los lujosos casinos a quienes quieren pasar el rato
arriesgando una parte del poco o mucho dinero que tienen, sino que a quienes
buscan, como la bruja de la casa de chocolate de Hansel y Gretel, es a quienes
apenas tienen unas monedas y tienen todo el tiempo del mundo para la
desesperanza, sin futuro ni salida, en barrios sin equipamientos, sin trabajo y
sin nada en que invertir su tiempo, a veces a unas decenas de metros del lujo y
siempre ante la ventana de esas televisiones que les muestran una realidad
deformada que nunca es tan buena ni tan mala como se la pintan.
Los reyes del juego, mafiosos de cuello blanco con amistades
peligrosas, aunque sólo para nosotros entraron en nuestras vidas poco a poco de
la mano de las televisiones y del fútbol, para el que todo, sin control, está
permitido. De las humildes quinielas a las que ya casi nadie juega, hemos
pasado a las apuestas sombrías y atormentadas que se cruzan en locales oscuros
forrados de luz, que busca atraer a los jóvenes, con televisores en los que no
cesa el deporte de aquí o de allá y en los que se ofrecen bebidas, alcohólicas
o no, a precio de saldo, con tal de encadenarlos al hipnotizante ritmo de las
luces y del riesgo,
Sin embargo, no para ahí la amenaza, porque también les
espera en casa, en el trabajo, si lo tiene, o en el lugar donde estudian, si
pueden hacerlo, agazapada en la wifi y las redes, ofreciendo el paraíso a
cambio de un número de tarjeta y una clave. Las televisiones, las mismas que no
se permiten hablar de sexualidad en horario infantil, cuando éste acaba,
bombardean a cada instante nuestros salones con promesas de riqueza y emoción,
como si esos niños desapareciesen de ellos. Y lo hacen porque en aras de la
diosa audiencia, tienen que dar fútbol a sus espectadores, fútbol o campeonatos
de moros y coches, cuyos carísimos derechos de emisión sólo se pueden costear a
base de la publicidad inmoral y cara de las apuestas online.
El juego sin control, siempre en manos de mafias, que los
fondos buitre no son más que otra mafia, más o menos blanqueada, eso sí, es la
nueva heroína. Yo conocí la otra, la que corrió por nuestras calles buscando a
toda una generación, también en manos del paro y la nada, a la que había que
desactivar. Y la heroína, como toda adicción que se precie se apoderaba de sus
cerebros, para que no pudiesen pensar en nada más, para que no pensasen en su
paro ni en las ridículas pensiones de los abuelos. Mejor estarían pensando
únicamente en el polvo blanco y las agujas por las que les entraba una felicidad
tan falsa como efímera, instantánea.
Pero esa felicidad, esa huida de la sucia realidad, exigía
cada vez más, más dinero y más salud, se vivía sólo para ella, porque no se
podía pensar en otra cosa más que en ella y en cómo conseguirla. por eso se
registraba el monedero de "la vieja" y los cajones, se vendían los
relojes, las pulseras y las medallas y, cuando se acababan, se atracaba a los
ancianos para quitarles la pensión. Así un día y otro día hasta reventar en
un portal o un descampado o, en el mejor de los casos, encadenado a un montón
de pastillas para curar las secuelas de agujas inconscientes.
Hoy nuestros jóvenes, nuestros adolescentes y quién
sabe si nuestros niños corren en las calles el peligro de caer en esta nueva
heroína del juego, que tiene también sus camellos, sus matones y sus mafias y
sus ministros colaboradores que como Rafael Catalá que lo fue de Justicia para
Rajoy, disfrutan ahora de una poltrona en el consejo de administración de una
de las mayores empresas del juego, CODERE, después de haberles pagad ese cómodo
futuro con una ley permisiva que permite sitiar los colegios de los barrios con
las siniestras luces de los locales de juego.
Hasta que no nos demos cuenta que la ludopatía la enfermedad
de los adictos al juego puede ser, es, tan peligrosa como la adicción a
la heroína y hagamos algo para atajar esta nueva plaga, nuestros hijos no
estarán a salvo, porque, como en aquella plaga de los setenta y ochenta,
tras la adicción vienen los atracos y la violencia más cruel que es la
que se vuelve contra objetivos fáciles, en casa o en la calle, para conseguir
el puñado de euros que les brinde un chute de emoción a la búsqueda de un
paraíso que no existe.
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