Ayer me quedé, lo confieso, fascinado delante del televisor
asistiendo al espectáculo, lamentable y fascinante a partes iguales, de los
gravísimos incidentes que, durante horas, convirtieron Barcelona y otras
ciudades catalanas en un verdadero infierno de fuego y destellos azules y,
después de tantas horas viéndolo, uno llega a entender el papel de los mossos y
la policía nacional y la serenidad con que, al menos en esta ocasión y por lo
que yo vi, aguantaron a pie firme la lluvia de adoquines, los cócteles
molotov, las canicas transformadas en munición para los tirachinas y los
petardos y cohetes que se lanzaron sobre ellos e, incluso, contra el
helicóptero que sobrevolaba las calles.
Sin embargo, lo más fascinante, y preocupante, es ver como
algunos de los concentrados -no les llamo manifestantes, porque no manifestaban
nada, salvo su espíritu violento- se lanzaban contra los furgones policiales,
rompiendo los cristales y tratando de abrir las puertas, algo inimaginable para
quien, como yo, ha vivido alguna que otra manifestación, incluso en tiempos de
la dictadura y no se planteaba ni por asomo sacar a los antidisturbios de
sus furgonetas.
Para eso hace falta mucho entrenamiento, alguna que otra
táctica: parar el vehículo echándose sobre él y tratar de romper sus ventanas,
siempre en grupo y coordinados, pero, sobre todo, un importante grado de
enajenación a cuestas, natural o sintético. Si no, no se explica tanto arrojo
ni tanta violencia desatada en apenas dos días.
La verdad es que las noches que están sufriendo los
catalanes, todos, van a acabar con la imagen de Barcelona como ciudad mártir de
los excesos policiales que, gracias a la torpeza del ministro Zoido, de la
escuela andaluza del PP como el torpe consejero de la listeriosis, Jesús
Aguirre, se extendió por el mundo y tan buenos réditos dio a la causa del
independentismo. Ya no cabe hablar sin cierto sonrojo de excesos policiales,
cuando todo el que quiso pudo ser testigo, a través de la televisión, de esas
inquietantes horas de fuego y humo.
El presidente títere Quim Torra -títere, porque no da un
paso más allá de la agenda que le marcan los CDR o, en el mejor de los casos, o
no, el orate de Waterloo- ha estado tres días desaparecido mientras a unos
pasos de su despacho, las calles de Barcelona ardían. Sólo ayer, tras más de
cinco horas de disturbios, Torra apareció después de la medianoche, como
arrastrado por alguien, para condenar "un poquito y de aquella
manera" los incidentes que no dudó en atribuir la violencia, sin ninguna
prueba, tal y como acabo de escuchar a la portavoz de su gobierno, a grupos de
infiltrados, porque, como dijo y repite una y otra vez, el independentismo es t
ha sido siempre pacífico.
Qué lástima que un juez de la Audiencia Nacional tenga sobre
su mesa, según la Cadena SER, la transcripción de una grabación en la que Torra
da consejos, si no consignas, a alguno de los CDR detenidos en aplicación de la
legislación antiterroristas, para que levantasen, la pasada Semana Santa, la
presión sobre los transportes al regreso del "puente", algo muy
difícil de explicar para todo un jefe de gobierno.
Claro que de todos son conocidas sus buenas relaciones con
los CDR un brazo más de la medusa independista que, como Ómnium y la ANC se
encargan de hacer el trabajo sucio del movimiento y de corregir en la calle
cualquier intento de moderación de los partidos que representan, ellos sí, su
no a toda, sí a una parte importante de la ciudadanía, relaciones incluso
familiares. Quizá por eso no desperdicia ninguna oportunidad de demostrarles su
respeto y su cariño. También de transmitirles sus consignas, en público o en la
clandestinidad, para que aprieten, ni de publicitar, sumándose a ellas si es el
caso, sus acciones y campañas.
Torra y su ventrílocuo Puigdemont saben de sobra que muy
difícilmente alcanzarán esos dos tercios del Parlament que les darían
legitimidad para pedir la independencia, por eso aprovechan la menor ocasión
para tomar la calle, para hacerse notar, para publicitar su causa e imponerla
al resto. Por eso recurrió una vez más a los CDR y a su eficaz aparato
clandestino, ahora ese tsunami mal llamado democrático, para cortar carreteras
y comunicaciones, como parece que estaba en los planes de los CDR en prisión
por orden de la Audiencia Nacional, con alguno de los cuales Torra se
relacionaba.
Torra ha soltado los perros del CDR, con sus barricadas y
sus hogueras, para asustar a la ciudadanía y para condicionar al gobierno.
Fundamentalmente para provocar una intervención, política o policial, que les
devuelva la palma del martirio, pero los perros ahora están demasiado crecidos
y ya muerden a cualquiera. Triste panorama consecuencia de haber colocado a un
activista como Torra al frente de la Generalitat, controlado desde Waterloo por
otro, si cabe, aun peor. Sin embargo, la solucuñon no vendrá de la mano de un "zoidazo" sino, más bien, de la calma y de la razón. Ojalá así sea.
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