martes, 18 de junio de 2019

TODOS CONTRA TODOS


No era tan fácil como parecía, ni lo era ni lo es. Las actas de concejal y los escaños no son como el dinero, las monedas o los billetes, que se suman y se restan, para comprar y vender. Detrás de todos estos puestos representativos están los votos de la gente y no es fácil, aunque a veces lo parezca, meter en el mismo corral a las churras y a las merinas, porque, al final, un votante decepcionado, un votante que se ha sentido engañado, es una bomba de tiempo que puede estallar cuando menos se espera.
Por ello estos ejercicios de "ingeniería política" a que estamos asistiendo en más de un ayuntamiento o comunidad puede que en un futuro no muy lejano se vuelvan contra sus muñidores, todo porque una parte importante de esos pactos lo son "contra natura" y, a veces, tan vergonzantes como el que ha dado el ayuntamiento de Madrid al PP, en el que el reparto del poder, verdadero motor del mismo,  estaría recogido en un documento por cuyo presunto incumplimiento una de las partes, Vox, se queja hasta el punto de suspender cualquier otra negociación, como la que daría al PP de Isabel Díaz Ayuso la Comunidad de Madrid, hasta nuevo aviso.
El cabreo de Vox es evidente, porque, siendo como es la clave del arco que ha permito a Ciudadanos y PP hacerse con el poder en el ayuntamiento, lo que le ofrece el PP, con el evidente asentimiento de Ciudadanos, hipócrita como pocos lo han sido en la reciente historia política de España, son migajas, comparadas con lo que el partido de la ultraderecha dice haber firmado con el PP. Y no será yo quien defienda al partid de Abascal, pero creo dejar al perro de presa del pacto a pan y agua, puede acabar resultando un mal negocio.
Mal negocio sobre todo para Vox, que aparecerá ante sus testosterónicos votantes como "chuleado" por el PP y pueden acabar pensando que para ese viaje no hacían falta alforjas y acaben votando al PP, otra vez, en cuanto tengan oportunidad. Eso o que, como sostiene Lucía Méndez, Abascal y los suyos emprendan el camino de regreso al hogar y vuelvan al PP como el hijo pródigo, el predilecto del hoy padre ideológico José María Aznar y su palmera Esperanza Aguirre, para revitalizar la sangre del partido de Casado, tan maltrecho él.
De todos modos, lo anterior no deja de ser un futurible y hoy por hoy tenemos a Rocío Monasterio de uñas contra los negociadores del PP y al borde de la ruptura, salvo que finjan muy bien y todo no sea más que teatro y mareo de perdiz. Del mismo modo, tenemos a Ciudadanos ofendidísimo con Manuel Valls, su fichaje más "prestigioso·, por haber querido ser fiel a los principios sobre los que se fundó el partido de Rivera, ese antinacionalismo furibundo sobre el que se han basado sus campañas, incluida la de las generales, que, a la vista de lo visto, parece haber sido superado en la cabeza de Rivera por el "antisanchismo", como él dice, pero que no es más que un resabio de ultraliberal que sirve al gran capital que le patrocina.
Quizá por eso, porque pesan más los intereses de sus patronos, a Rivera le hubiese parecido bien que Barcelona dejase de pensar como ciudad abierta, para aspirar a ser la capital de la república catalana, como pretende y proclama Ernest Maragall, Quizá por eso, Rivera no perdona al ex primer ministro francés haber dado sus tres votos a Ada Colau, para repetir como alcaldesa de una Barcelona para los barceloneses, aunque su primer gesto al llamar a los encarcelados del procés "presos políticos" y, al Estado, estado represor y por haberse apresurado a colgar el lazo amarillo de la discordia en el balcón del ayuntamiento.
Por eso, Albert Rivera, telemáticamente y desde su refugio, forzó ayer el divorcio con Manuel Valls y sus seguidores. Un paso drástico que ha dejado perpleja y balbuceante en el papelón de explicarlo a Inés Arrimadas, arrancada de la Cataluña en que ganó las elecciones autonómicas, para ocupar un escaño en el Congreso, siempre a la sombra de Rivera y sin el aura que le dieron el liderazgo y el triunfo electoral en Cataluña. Por eso, Rivera será desde ayer menos fiable para muchos españoles y para muchos catalanes que se sienten incómodos con las imposiciones del nacionalismo, que, en las próximas elecciones catalanas, muy difícilmente volverán a votar a Ciudadanos.
No hablemos ya del tira y afloja entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, en el que el líder de Podemos quiere echar el resto, consiguiendo unos ministerios en un hipotético gobierno del socialista, que serían, si mal no lo recuerdo, los primeros ministros no independientes ajenos al partido que preside un gobierno en España. No sé en qué quedara todo esto, pero, de momento y ante este todos contra todos que nos ha dejado el resultado, si no incierto, sí maleable de las elecciones, hay que tomar una buena bocanada de aire para sumergirse en la actualidad.

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