No cabe duda de que una campana sin badajo es triste, casi
ridícula, aunque siempre cabe esperar que esa campana muda acabe encontrando el
martillo, ese badajo, que la vuelva a hacer sonar. Otra cosa es un badajo sin
campana, porque, por más que se agite, por más que intente batir para sonar a
los cuatro vientos, siempre acabará encontrando el vacío como respuesta a sus
esfuerzos. Por eso, si la campana muda, sin badajo, es triste, el badajo
desesperado y solitario es más bien triste.
En estos dos meses largos, para algunos larguísimos, de
campaña, incluso en la legislatura a la que pusieron fin, ha habido campanas
que no han dejado de sonar estridentes a izquierda y derecha, hacia adelante y
hacia atrás, hasta el punto de que, en su bronce, no tan sólido como parecía,
se han abierto grietas que las han convertido en objetos, si no inútiles, sí
menos vistosos de lo que prometían. Estoy hablando, claro, de partidos
políticos y, por si queda alguna duda, concretamente de Ciudadanos y Podemos.
Hay líderes siempre dispuestos a tocar a rebato sus
campanas, sus partidos, en un toque insistente, inquietante, que, parece, no va
a tener fin. Un toque a rebato en el que, demasiadas veces, el sonido de la
campana pierde su brillo, cuando no, directamente, se raja. Es entonces cuando
no encontramos con ese badajo triste y ridículo, mitad por mitad, pretendiendo
imponer su repique sin una campana a la que hacer vibrar, con un partido
desencantado y roto que ya no es capaz siquiera de hacer escuchar su mensaje,
bueno o malo, coherente o no, porque los excesos, también en el campanario,
acaban por pagarse.
Pablo Iglesias se ha empeñado siempre en ser, de todas las
campanas, la que suene por encima de las demás, sin darse cuenta de que, a
veces, el contrapunto que pone una sola nota es el que convierte en brillante
una melodía y de que todas esas campanas son importantes, porque, con sus
tamaños, con la diferente calidad de su fundición, todas, conforman la música
que se espera del campanario. Y esto que os digo es hoy más evidente que nunca,
porque Iglesias se encuentra ante un Podemos más roto que nunca, a un Podemos
en el que ya ni se reconocen los más fieles, porque, tras la salida de tantos
líderes, de tantos fundadores, tras el continuo fracaso en que parece empañada
la formación, hoy, Ramón Espinar, su fiel escudero en el partido en Madrid,
llamado a ser el adversario de Errejón, retrata con crudeza la situación del
partido en una entrevista a eldiario,es, en la que enfrenta a Pablo
Iglesias a la necesidad de un tercer vistalegre y quién sabe si a una
refundación del partido con otro liderazgo.
Algo parecido, aunque salvando las distancias, le ocurre a
Albert rivera con Ciudadanos, empeñado en ese repique monótono en el que, pese
a decirse de centro, algo que cada vez cree menos gente, no hace sino negar
cualquier posibilidad de acuerdo con la socialdemocracia que situado más o
menos a la izquierda, representa el PSOE. A la campana que con tanto ahínco ha
batido Rivera, unas veces de un modo, otras de otro, el último sonsonete, el de
eso que llama cordón sanitario y no es otra cosa que el veto impuesto por sus
padrinos económicos, le están apareciendo fisuras que llegarán a ser grietas,
grietas que acabarán por enmudecerla. El "paracaidista" Manuel Valls,
primero, y hoy Luis Garicano, fundador de Ciudadanos y su voz en Europa, se han
rebelado contra ese veto ciego que no hace sino empujar a la formación a los
brazos de la ultraderecha, algo que, en Europa, desde luego, no se le va a
perdonar nunca.
Iglesias y Rivera, Rivera e Iglesias, tienen su campana rota
y, por más que se empeñen, en continuar con sus repiques excluyentes, lo que es
seguro que acabarán batiendo en el vacío, como esos badajos tristes y ridículos
enmudecidos de tanto tocar, tan fuerte, el repique equivocado.
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