miércoles, 5 de junio de 2019

QUE LE CORTEN LA CABEZA


Mucho se ha escrito sobre el fracaso y sus responsables. Está la clásica sentencia que advierte de que el triunfo tiene muchos padres y el fracaso, ninguno. También aquello de que los mejores son quienes se muestran humildes en la victoria y grandes en la derrota y, claro, eso de que lo importante no es no tener la culpa sino tener a quien echársela. Pues bien, todas estas frases. todas, parecen escritas para el único político español que nunca se ha equivocado o al menos eso piensa él y que no es otro que Pablo Iglesias.
Iglesias es muy dado a "colgarse medallas" cuando las cosas van bien. Tanto como a quitarse de en medio cuando vienen mal dadas. Está convencido de que él y sólo él puede ganar este país para la izquierda y es capaz, lo fue en 2015, de llevar al país a una repetición de elecciones. seguro de que las urnas se habían equivocado y de que su partido merecía estar por encima del PSOE, avejentado y poco digno de confianza.  Se equivocó entonces como se equivoca ahora, porque en esa "segunda vuelta" forzada por su intransigencia a la hora de pactar con Sánchez, los electores le hicieron pagar en votos, en muchos votos, aquella soberbia que le había llevado incluso a "hacerle" el gobierno al candidato socialista.
Desde entonces a ahora no ha mejorado mucho, más bien nada, y si lo ha hecho ha sido sólo por pura estrategia, dominando sus ansias de poder, su convencimiento de que, antes o después, llegaría el tan ansiado "sorpasso", tan querido para él como para su amigo y mentor Julio Anguita, tal para cual, que aún sigue convencido de que ni él ni su "pinza" con Aznar contra González tuvieron nada que ver con el hundimiento de Izquierda Unida. 
Iglesias sigue siendo incapaz de reconocer sus errores de táctica o de estrategia, empeñado intentando convencerse y convencernos de que su modelo de país, su proyecto para la izquierda es el correcto, el que ha dibujado sobre el papel y que son la realidad y los otros los equivocados. Quizá por eso se empeña en hacer las autocríticas en plural, diluyendo su culpa en otra de un colectivo que, sabemos por experiencia, ni siquiera respira sin su consentimiento.
Con lo que no contaba el líder de Podemos es con esa verdad que nos enseña la experiencia, la de que se puede engañar a todos durante algún tiempo o a algunos todo el tiempo, pero es imposible engañar a todos todo el tiempo. El amigo Iglesias viene comportándose como un niño malcriado y soberbio, al que no se puede llevar la contraria, un niño que tiende a levantar la barricada de la consulta telemática a las bases cuando, como en la polémica adquisición del chalé de Galapagar, su sensatez se pone en duda.  Y lo hace casi siempre con trampas, por ejemplo, entonces, ligando lo acertado de la decisión a su permanencia en la cúpula de Podemos, haciendo caer a "los inscritos" en la trampa de un chantaje emocional innecesario que acabó dando el visto bueno a la operación, aunque dejando seriamente tocada su credibilidad.
Ahora, cuando los malos resultados se encadenan como un tren imparable y después de que sus más fieles, salvo su compañera, hayan dejado la organización, en silencio o a voces, lo único que se le ocurre a Iglesias es seguir los pasos de la reina de corazones del cuento de Alicia, cortando la cabeza de los que tiene a mano, aunque, con ello, se venga abajo la nómina de sus defensores.
Lo acaba de hacer con Pablo Echenique, al que colocó al frente de la secretaría de organización de la organización y al que ahora culpa de la falta de implantación territorial de Podemos, como si la bipolaridad de su mensaje no tuviese nada que ver con el fracaso de las últimas elecciones. Pobre Echenique, que, a cambio de un enigmático puesto de supervisión en las negociaciones con el PSOE, ve como su cabeza es colocada en una pica en el fortín del irreductible Iglesias. Y es que, como me enseñaron, lo importante no es no tener la culpa, sino tener a quien echársela y, si hay niños en casa, a ellos.

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