martes, 11 de junio de 2019

¿2015?


Me considero progresista, dicho de otro modo, de izquierdas, cono prefiráis, y cada vez que he ido a votar, que han sido todas, lo he hecho por la izquierda, desde el PCE de Carrillo al PSOE, pasando por Izquierda Unida y Podemos. Del mismo modo, nunca he creído en profetas ni en mesías, que me producen sarpullido porque son, lo fue Anguita y lo es Pablo Iglesias, ambos con demasiado pasado en común, porque son como la mala levadura, que suben el bizcocho tan rápido como rápido y mustio lo dejan en poco tiempo.
También me cuesta entender que algunos personajes se creen más listos y más de izquierdas que toda la izquierda en su conjunto, gente que no entiende que, si tres de cada cuatro votantes de izquierda han dado su voto al PSOE, no deben arrogarse la representación ni la orientación ideológica de todos ellos. Hacerlo no deja de ser un acto de soberbia miope que, si bien funciona en el espacio limitado de los círculos morados, en el resto de la izquierda, porque, por más que repitan su letanía, el PSOE también izquierda, les guste o no, esa izquierda posibilista tan criticada que, a la larga, consigue más avances sociales que décadas de promesas imposibles de cumplir.
Podemos no puede apropiarse de la conciencia de quienes hemos dado nuestro voto a la izquierda, en mi caso al PSOE de Pedro Sánchez, que el otro, el de los bono y los gonzález murió en las primarias que ganó Sánchez después de la ignominia de aquel golpe que le dieron en Ferraz tras su negativa a dejar el paso libre al PP todavía de Rajoy, más tolerable pese a todo que este caballo desbocado que monta Pablo Casado.
Entiendo que, en su miopía, Pablo Iglesias trate de poner a salvo su liderazgo y su maltrecho prestigio haciendo ver a propios y extraños que "domará" al candidato socialista, obligándole a darle nada más y nada menos que una vicepresidencia para políticas sociales, o algo así, desde la que él, conciencia crítica de la izquierda, velaría por el bienestar de los ciudadanos, también de los que dimos nuestros votos al PSOE. Hay que verlo así, como una operación de imagen, otra, en la que el protagonista del vergonzante cartel de "vuELve", no espera, como un Napoleón de este siglo, a ser coronado con esta hipotética vicepresidencia y, como Napoleón tomó la corona imperial de las manos del papa de turno, sin esperar a más y se la ciñe él mismo, en la primera entrevista radiofónica después de haber tenido la ocurrencia.
Debería aprender de Rafa Nadal que, tras ganar su duodécimo Roland Garros, nos regaló el consejo de no soñar con el trofeo, ni ese ni ninguno, sino con el entrenamiento del día siguiente o, lo que es lo mismo, con el camino y el esfuerzo para conseguirlo.
Pablo Iglesias, tan poco dado a la autocrítica y sí al "masajeo" servil de Juan Carlos Monedero y sus afines no se ha parado a pensar que el comienzo de Podemos, que, quiéralo o no, es el suyo y por su culpa, comenzó en aquellas negociaciones para formar gobierno de 2015, en las que rompió la baraja, forzando unas elecciones generales en las que esperaba cosechar más votos y escaños, a costa de esa "izquierdita cobarde" en que, sin llegar a verbalizarlo, cree que se ha convertido el PSOE.
Los votos de Podemos le son necesarios a Sánchez para alcanzar la investidura, aunque no le bastan, por lo que Iglesias no debe atar de pies y manos al socialista, que necesita de los votos de la derecha y el nacionalismo moderados. Si lo hace, si lo echa todo por los aires, y hay que convocar nuevas elecciones, no tengo muy claro quién saldrá ganando, sí que quien más perderá será la izquierda y que Podemos, al contrario de lo que creen él y sus fieles, puede quedar como un juguete roto por la inconsciencia de su líder. Debe evitar a toda cista y, de momento, no lo está haciendo, volver a hacer el camino de aquel 2015, porque, como dijo ayer el ministro Ábalos, "las urnas tienen memoria".

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